Autor: Yedzenia Gainza

Los “otros” de Facebook

 

Cada uno maneja su vida como le parece. Algunos somos más celosos de nuestra privacidad que otros, y parece que las redes sociales han abierto una puerta difícil de cerrar.

¿Por qué permitir en el plano virtual lo que no se permite en el físico? Si alguien se para frente a la puerta de nuestra casa y nos dice: “Hola, quiero ser tu amigo” ¿Le decimos “Ok” y lo dejamos entrar, interactuar con nuestra familia y le contamos nuestra vida y milagros? ¡No! ¿Alguien sería capaz de meter en su casa a un desconocido, dejarlo solo para que se pasee en ella y meta la mano donde le apetezca? ¡No! ¿Entonces por qué hacerlo con nuestra casa virtual, por qué hacerlo con nuestro Facebook?

No voy a reavivar la polémica sobre el ciberacoso, creo que es suficiente con dejar claro que la ruptura de la barrera espacio-temporal no hace de internet el campo donde mediocres, envidiosos, psicópatas o asesinos en potencia puedan soltar todo su veneno diciendo y haciendo lo que les dé la gana. Lo que está contemplado como delito en el Código Penal de cualquier Estado debe extenderse a la red, punto.

Pero más allá de los enfermos online a quienes no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, están las sorpresas de Facebook…

Será porque me paseo poco por allí, no soy demasiado curiosa en este aspecto, o porque la privacidad del millonario invento de Zuckerberg es tan cambiante como las opiniones de un adolescente.  Lo cierto es que hace una semana tropecé con una especie de “cajón de sastre”, una carpeta donde van a parar los mensajes que no provienen de mis amigos. Y a los amigos no los entrecomillo porque los que tengo son de verdad, personas de carne hueso que saben cómo huelo y hasta dónde soy capaz de arquear las cejas.

OTROS

El descubrimiento fue de lo más fascinante, más de un centenar de mensajes sin leer y obviamente sin responder desde el año 2008. De la basura me deshice en menos de 24 horas. El calendario de los conciertos que me perdí era mejor no leerlo. ¿Para qué podría servirme a estas alturas ver las giras 2008, 2009 y 2010 de Micah P. Hinson por España, Francia e Italia?

A lo que voy es que no todo es malo. En esa especie de ciberpurgatorio donde jugando al “juicio final” decidí quienes serían los condenados y quienes los salvos, más allá del basurero,  de las tonterías infantiles, de lo que no merece ni una palabra, y de conciertos a los que nunca fui, encontré un tesoro… Muchísimos mensajes de personas que se tomaron no sólo la molestia de leer este espacio, sino de buscarme y escribirme sus sentimientos sobre alguna frase que les conmovió  en un momento determinado. Personas que daban las gracias a alguien que lo único que intenta es expresar lo que sentimos muchos, alguien que cada vez más confirma que no está sola, que no estamos solos.

A todos los lectores –los de siempre y aquellos a los que acabo de terminar de responder– gracias, muchísimas gracias por cada uno de sus mensajes, por cada gesto de cariño, por estar allí del otro lado de la pantalla. Gracias incluso por las bendiciones –aunque no sea creyente– .  A todos ustedes los de las palabras que vale la pena leer y llevaban más de un año atrapados en el limbo de “otros mensajes” de Facebook, gracias y perdón por el retraso.

 

 

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Un día más

 

El tiempo pasa para todos excepto para vos.

Enciendo el motor y conduzco escuchándote. Como siempre me seduces, como siempre me haces reír, como siempre es inevitable aprovechar cada semáforo para acompañarte con el volante que uso por batería.

gc

Me pregunto dónde estás, qué haces por allá. Me pregunto cuándo piensas volver a abrir esos ojos celestes que combinados con tu sonrisa enigmática podrían matar de emoción a cualquiera.

Te espero cada día,  espero volver a Buenos Aires y saber que caminas por sus calles aunque no nos crucemos en ellas.

A veces creo que tienes razón en querer seguir allí donde estás. Sabes, de este lado no ha pasado el temblor, al contrario, el mundo se cae a pedazos… Es mejor que no te cuente, no te gustaría saberlo.

Cuatro años se dice pronto, pero estos cuatro años son mucho más de mil días, largos, demasiado largos. Llueve, sale el sol, el calor agota, el viento corta, el frío azota, y allí seguís vos en esa larga  y maldita primavera que te entretiene tanto.

Siento unos inexplicables celos de todo lo que te acompaña por allá. Bueno, es más bien una envidia que solo tu voz sabe apaciguar. Te extraño mucho mi querido y descastado amante, porque el mejor no es ese que vino, viene o vendrá. El mejor es ese que sin el menor romanticismo pero con mucha poesía  describe perfectamente en sus canciones lo que  se siente cuando  te besan… Ese es el amante de verdad.

Dime dónde estás, cómo se llega allí. Llévame aunque sea en sueños… Prometo no quedarme, prometo no molestar.

Un día más el tiempo pasará para todos excepto para vos, un día más vamos a esperar. Un día más porteño delicioso volveré a encender el motor, volveré a conducir, volveré a tocar batería en el volante, subiré el volumen y te imaginaré de copiloto. Cantaré sin complejos esperando que los agudos de mi voz te hagan querer despertar aunque sea para callarme, y así me quedaré si es el precio que tengo que pagar para que regreses.

Nadie va a exigirte nada, no tienes ninguna obligación, nos has dado mucho más de lo que habríamos podido imaginar. Y ya sé que siempre has hecho lo que te ha dado la gana – ese  es parte de tu encanto – pero aunque sea por esta vez haz caso… Vente, abre los ojos.

Para Cerati, allá donde estás…

 

 

Fotos: Web

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¿Día de las Madres?

Un día para celebrar… Sí, supongo que las señoras que nos dieron la vida estarán festejando que ayer pasaron unas cuatro horas bajo el sol para conseguir la yuca y aguacate de la parrilla – probablemente sin  carne – que se comerán hoy.

Seguro se sienten las mujeres más felices del mundo las que no pueden dar a sus hijos un lecho mejor que las cajas de cartón que usan por cunas en los hospitales públicos.

Aquellas que han vaciado sus ahorros, los de familiares, amigos y hasta los de sus vecinos para pagar el rescate de un secuestro exprés sin saber cómo terminará, deben estar bailando en una pata.

Todas esas mujeres que todavía no saben dónde están sus hijos porque la última vez que los vieron iban apretujados entre dos malandros motorizados, las que están día y noche rezando todo lo que se saben para que los muchachos – esos que educaron bien, les salieron buenos y prefirieron quemarse las pestañas con los libros en lugar de matar por cuatro lochas – salgan pronto y sobre todo vivos de las cárceles donde los han recluido por defender nuestra libertad, deben estar en la peluquería tiñéndose las canas y haciéndose la manicura. Sí, seguramente.

Las que no tienen leche porque si consiguen con qué comprarla no la encuentran en los supermercados, las que tienen a sus niños corriendo desnudos por casa porque no hay pañales, las que no consiguen trabajo, las que han reducido el tamaño de las arepas, las que se suben a una camionetica de pasajeros a pedir para comprar un remedio, las que terminan usando lo recaudado para pagar en la funeraria porque medicinas NO HAY. Las que siguen vendiendo “guayoyo” sin azúcar en la autopista, las que hace meses no ven ni el ala de un pollo, las que hacen trueque de aceite por toallas sanitarias. Esas hoy deben estar celebrando a lo grande.

Las que hace años no ven a los que un día agarraron su maleta y se fueron lejos, las que no conocen a sus nietos, las que nunca los tendrán…

Todas las señoras que pasarán este domingo limpiando la tumba de sus muchachos, las que tendrán que abrirse paso entre cadáveres amontonados en el suelo de la morgue para poder recoger los restos de un hijo sentenciado por un arma de fuego, las que no tuvieron dinero para una clínica privada y las que no tienen ni con qué pagar un entierro estarán levitando de la emoción.

Esas, las que han sobrevivido a sus hijos y las que pasan sus horas con el temor de ser las próximas en vestir de luto sus entrañas, son las millones, MILLONES de madres a las que ya no les importa un carajo lo que significa este día. Las demás tienen suerte, aún tienen a quién echarle la bendición todos los días y darle un beso en la frente, precisamente por eso son solidarias son las que ya no.

Hoy no están para bochinche ni parrilla ni sancocho, nuestras viejas tienen ganas de pelear, esa es su fiesta. El año que viene veremos…

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El vuelo de un papagayo

Un papagayo refleja la inocencia y la sencillez de todo niño. La creatividad para construirlo, la ilusión por correr, correr y correr hasta que el artefacto levante la cola y se vaya tan lejos como los sueños pueden volar.

Si eres un niño afortunado, tus padres te regalarán el pagayo multicolor que está de moda, pero si eres un niño mucho muy afortunado, tus padres, tu hermano mayor, o tus abuelos te enseñarán a construirlo con ramitas de árboles, ganchos de ropa, pabilo y bolsas de plástico.  Ese es el mejor papagayo del mundo, el que te haces solito, el que decides de qué color será y cuidas con especial esmero porque te costó terminarlo una tarde entera bajo los inclementes rayos de sol.

Para un niño venezolano no hay nada más fascinante que una bolsa de basura, pues son las que mejor resisten los golpes de viento tropical. Y no hay peor enemigo para un juego tan sencillo que los cables del peligroso tendido eléctrico siempre al acecho porque les encanta atrapar cometas. No nos preocupan los árboles porque son robustos y muy altos, así que para jugar nos alejamos, y si alguno no oye consejo y ve el fruto de su trabajo quedarse atrapado como le ocurre al de Charlie Brown, es un novato, y como novato le tocará hacerse uno nuevo o ver al resto jugando.  Los cables, esos sí que son malos.

Cuesta aprender a darle cuerda y amainar como la vela de un barco; pero una vez que lo consigues la sensación de libertad es indescriptible. No hay comiquita que valga la pena, tu pasión es ver tu papagayo llegar al cielo, volar alto, muy alto.  Eres el piloto a distancia de una nave invencible que sólo aterrizará cuando un palo de agua amenace con caer o el controlador aéreo que todos tenemos en casa diga que se acabó lo que se daba. Así pasan los días para un niño con la suerte de vivir en un lugar lleno de sol y donde el viento casi siempre sopla a favor.

Imagen: Web

Un papagayo, ese es el bonito recuerdo que muchos llevamos dentro y por el que algunos decidimos que nuestros hijos también tendrán uno solamente cuando con nuestra ayuda sean capaces de hacérselo.

Desgraciadamente no todas las historias son tan bonitas, una que podía llegar a serlo vio truncada su vida mientras disfrutaba de la maravillosa inocencia que acompaña a la infancia. Esta tarde vi la peor cara de un papagayo, la que nunca pude imaginar cuando era una niña que recolectaba palitos de madera para que mi abuela me enseñara a construirlo. Esta tarde vi a unos niños que no han terminado ni el sexto grado de primaria cargar con la urna de una criatura que tuvo la mala suerte de servir de blanco a uno de los múltiples asesinos con uniforme que azotan a la gente decente con una saña inversamente proporcional a la que emplean contra la delincuencia –si es que lo hacen–. La bala de un efectivo de la “Guardia Nacional Bolivariana” acabó de la manera más cruel con los sueños de Leonel, y la infancia de los niños que lo llevaron al cementerio en “brazos de amigo” cayó aparatosamente como cuando un despiadado golpe de viento nos tira al suelo el rudimentario juguete. Les quitó la ilusión de jugar, de correr, de volar…

Como los peligrosos cables de los postes en los que siempre se queda un pedacito para recordarnos que un día allí se enredó un papagayo, así queda marcada  la vida de esos niños que jamás olvidarán la tarde de juegos  donde los forzaron a conocer el dolor.

Leonel ahora vuela mucho más alto que los sueños que ya no podrá realizar, y desde allí algún día verá a los amigos que dejó cuando por primera vez en un país seguro y libre acompañen a sus hijos a correr sin parar hasta que alcance los aires un flamante papagayo de larga cola que indudablemente les dibujará una sonrisa.

Papagayo Paco

 

Dedicado a Leonel

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Yo no conocí a Tito Vilanova

 

No soy barcelonista, aunque lo fui hace muchísimos años por un periodo que duró lo justo para ver a Figo, Rivaldo, Guardiola y Luis Enrique jugar juntos. Y aunque tiempo después terminé con el estómago revuelto por ese “més que un club” y el desacertado empeño en querer mezclar un equipo deportivo con intereses políticos,  eso ahora no tiene importancia.

No seguí demasiado su carrera, me refiero a que no manejo estadísticas ni pormenores de temporadas. Empecé a echarle un ojo cuando veía en el banquillo a un hombre discreto que huía del protagonismo y generaba además de otros sentimientos en los que no cabía la lástima, una gran admiración.

Tito Vilanova para mí no era el asistente de Guardiola, ni el entrenador del Barça, ni siquiera un hombre famoso. Para mí era un hombre decente, joven y guapo que se había convertido –como en la mayoría de los casos–  en diana del gusto exquisito que esta maldita enfermedad manifiesta.  Y cuando uno ha visto a familiares y amigos transitar con o sin éxito el mismo camino, presta especial atención y cruza los dedos por quienes comienzan a andarlo.

Pensé en sus hijos, en sus padres y su mujer. Reviví el terror de cada prueba, la esperanza como única fuente de energía necesaria para soportar cada sesión de quimio, y la paciencia que sólo se recarga ante la sonrisa de quien por más que le azoten las náuseas es incapaz de negarla.

Veo poca televisión, y cuando coincidía el zapping con la imagen de Tito, sus ojos y su andar me preocupaban tanto como me siguen preocupando las personas queridas por las que sigo tragando grueso cada seis meses cuando deben hacerse pruebas.

Ayer sentí el mismo maldito frío recorrerme el cuerpo, la misma impotencia, la misma rabia mirando a un cielo en el que no creo que haya más que nubes, lunas y estrellas. Ayer volví a preguntarme “¿por qué?” “¿quién o qué maneja la ruleta de la vida?” y volví a no obtener respuesta.

Tito Vilanova se ha ido después de luchar contra el monstruo de mil cabezas que sigue soltando veneno por doquier. Tito se ha ido, y el profundo dolor de su ausencia sólo lo sienten de verdad quienes además de verlo correr, abrazarlo o llenarlo de alegrías con un simple “papá”, también vieron su pelo caer, sus ojos brillar y su piel palidecer…

El monstruo de mil cabezas sigue despierto, pero pronto daremos con el machete que lo decapitará, y por fin mientras Tito descansa en paz podremos dormir tranquilos todos los que hemos visto de cerca el daño producido por el veneno que ayer sumó una tristeza a nuestras vidas.

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¿Cómo te lo digo?

Ya sabemos que la vida cada vez es más difícil vivirla, no dormimos, no descansamos, no nos vemos, y con suerte no nos enfermamos.

Cómo hago para decirte otra vez que no queremos verte sufrir. No queremos que hagas infinitas colas para comprar comida, que vivas encerrada por miedo a los malandros, que reces por no enfermarte –no por la enfermedad en sí sino porque no hay medicamentos para combatirla–. Tampoco queremos que sientas tristeza al ver la miseria en las calles, la destrucción de tus cerros, la suciedad en las aceras, los anaqueles vacíos. No queremos que tengas que pagarle a ningún policía para que no te acose, ni que sientas angustia temiendo no volver a vernos cada vez que cruzamos el umbral de la puerta.

Cómo te digo que no queremos que vivas todo lo que vives,  que queremos que descanses, pasees, veas lo que quieras ver en televisión, vayas al parque y camines sin temor a que te den un plomazo para robarte la cartera.

Cómo hago para decirte que tus navidades ya no serán bajo el calor tropical sino en una ciudad helada en la que la nieve te hará gracia sólo la primera vez. Cómo te digo que ya no verás a tus hermanos, a tus amigos, ni a tus vecinos de toda la vida –los que quedan–. Cómo hago para decirte que por aquí no se consiguen los mismos aliñitos para las caraotas, que no hay maíz tierno para hacer cachapas, y que consumir mangos, parchitas y piña es un lujo. Cómo te digo que los aguacates son chiquitos, con la cáscara dura, negra y alguna manchita por dentro. Cómo te digo que ya no verás los cerros llenos de verde al final de tu calle, que no hay espacio suficiente para tus cinco perros, tus cuatro periquitos, ni tus matas de limón, sábila y rosas.  Cómo te digo que tendrás que aprender un idioma nuevo, costumbres nuevas y dejar tu Cruz de Mayo, buñuelos de yuca, arroz con coco, hallacas y chigüire para quién sabe cuándo.

Cómo te diré que durante meses no sabrás lo que es ponerse una franelita, que la playa –sin arena blanca ni agua transparente con peces de colores– está a cientos de kilómetros y que cuando llegue el deseado calor sentirás que te derrites a medida que te mueves.

Cómo convencerte de dejar tu tierra, tu casa, tu vida… Cómo decirte que ya no vuelvo y que ahora se van todos, incluso tú. Que ya no llevarás flores a la tumba de tus muertos, que tu casa ya no será tuya, no cocinarás en los fogones de siempre ni volverás a lavar el patio. Cómo te digo que a tu edad vas a tener que comenzar desde cero, hacer nuevos amigos y olvidarte de regar las matas todas las mañanas.

Qué haré con tu tristeza cuando la nostalgia te ataque incluso antes de haberte ido. En qué maleta cabrá la frustración por dejarlo todo para poder vivir en paz aunque demasiado lejos del lugar que te vio nacer. De dónde saco el coraje para mentirte diciendo que es algo temporal si yo me dije lo mismo y aquí sigo.  ¿Me creerás sabiendo que desde hace quince años se han multiplicado por diez mil los “SE VENDE”, las balas y las despedidas?

Vieja, de qué tamaño será el nudo que se me hará en la garganta cuando algún imbécil te trate de “extranjera”, “sudaca”, o te diga que te vayas a tu país? No es lo más habitual, pero sabemos que imbéciles hay en los cuatro puntos cardinales, y cuando uno está en “su casa” bien que lo hacen notar.

Cómo te digo que te perderás la temporada de béisbol, que no hay perros calientes ni guarapo e´ papelón.

Este lugar está lleno de cosas maravillosas y  gente encantadora. No es tu país, ese que para nosotros es el mejor del mundo y en el que ya no se puede vivir, pero llegarás a quererlo mucho, te acordarás de mí.

No vamos a poder obligarte, por favor,  no te agarres a la puerta como un gato para quedarte.

Mamá, cómo te digo que es hora de partir…

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Desnudez

                                                 

Con este régimen hace mucho que perdí la capacidad de asombro. Sin embargo, conservo otras cosas que no formarían parte de la naturaleza de los monstruos de Miraflores ni volviendo a nacer. Y lo digo en plural porque aunque ante el mundo hay una cabeza — bastante hueca— visible, todos sabemos que el festival de puñaladas con liguita lleva tiempo en “pleno desarrollo”.

Unos hombres que de inteligencia deben tener lo mismo que yo de vulcanóloga, y de humanidad no deben haber oído hablar en su miserable vida, atacaron a un muchacho, le pegaron, lo despojaron de su ropa y lo dejaron desnudo en medio de la calle. Con dolor e impotencia vi la escena en la que seres de esos con un mundo interior muy pobre —si es que lo tienen— y de los que hasta las prostitutas renegarían la maternidad, encontraban satisfacción en un acto tan despreciable. Porque para nuestra desgracia, el planeta es tan ancho y la vida tan generosa que permite la existencia de gente como esa. Eso sí, el ataque lo hicieron entre muchos y bien armados, porque los cobardes actúan así, en manada y/o por la espalda, sólo así se creen invencibles y engañan a su decadente virilidad.

Un chamo, un estudiante, un ser humano fue despojado de sus trapitos, golpeado, humillado. Los cobardes huyeron y lo dejaron allí con su desnudez y con un único motivo de vergüenza: el de compartir género con semejantes animales.

No hay nada más honesto y generoso que desnudarse, mostrar cómo somos hasta el fondo, sin artificios, sin pretensiones ni vergüenza. Y ese día quedó demostrado que ese muchacho de lo único que puede sentirse avergonzado es del régimen que está saqueando y desangrando a su país. Ese día quedó al descubierto la dignidad de un venezolano, esa que  no va en los trapos sino en la piel, en los huesos, en la sangre. Porque ese día —como todos los demás— ese chamo caminaba con el alma al descubierto.

El ataque se sumó a la larga lista de abusos que el Gobierno de los Cobardes cree que le estamos apuntando en una panela de hielo. Es obvio que todavía no han entendido de qué estamos hechos los venezolanos. Y si siguen creyendo que vamos a dejar de defender nuestros derechos por miedo a que nos dejen en pelotas, van a tener que acostumbrarse a ver nuestros cuerpos llenos de energía para combatir la mediocridad, la mentira, la cobardía, la delincuencia, el descaro y la infinita ineficiencia que ellos representan. Este país está al desnudo, camina sin armas, sin chalecos ni cascos. Venezuela lleva el alma al aire, y cuando pega el sereno se arropa con la bandera.

Valientes a los que hemos visto las costillas, gracias. Gracias por demostrar quienes son los que aun vestidos de uniforme, camisetas rojas, corbatas de seda, y chorros de petróleo no pueden ocultar la desnudez de su putrefacción.

http://youtu.be/fDM0YMGFdBM

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Catorce de abril

 

Aquel 14 de abril el poder del  petróleo y la impunidad estafó nuestras esperanzas. Nos robaron las elecciones, y quien pretenda convencerme de lo contrario ya puede ir abriendo caja por caja, contando voto por voto, verificando línea por línea, y cuaderno por cuaderno.

Esa noche la Venezuela creyente –y la que no también– pensó que “el tiempo de Dios”  que llevaba tanto tiempo esperando, por fin había llegado.

Ya sé que muchos no le perdonan a Henrique Capriles Radonski que no nos llamara a la calle a expresar nuestro repudio contra la corrupción, el hampa, el hambre, la escasez, las deplorables condiciones de nuestros hospitales y carreteras; y por supuesto, las elecciones. Pero si al día de hoy llevamos decenas de muertos, centenares de heridos y detenidos porque sí y punto, es obvio que una manifestación del mismo tipo hace un año atrás habría sido suficiente para masacrarnos de a miles, Henrique estaría preso sin ninguna imputación decente y mucho menos con pruebas, igual que lo están López, Scarano, Ceballos y muchísimos otros.  No nos engañemos.

No estoy diciendo con esto que los muertos por contarse a decenas duelan menos que si se contaran por miles. Uno ya sería demasiado. Un  sólo herido, un sólo detenido, un solo “ataque fulminante” sería demasiado, y lo es. Lo que estoy diciendo, más bien repitiendo, es que a veces le exigimos a otros que asuman responsabilidades que nosotros no estaríamos dispuestos a asumir. Porque ninguno de nosotros podría dormir tranquilo sabiendo que una persona perdió la vida a manos de asesinos uniformados –o no–. Ninguno de nosotros podría mirar a los ojos a la madre de ninguna víctima que hubiese dejado la vida en la calle por defender el país que nos robaron.

Hoy de nada sirve pensar en qué pudo ocurrir hace un año cuando como buenos demócratas, pacíficos y también pendejos, creímos que esta pesadilla se acababa. Esa experiencia sólo nos ha servido para asumir que estamos peleando contra bestias que no tienen el menor respeto por los Derechos Humanos, que mienten con un descaro imposible de medir, que están dispuestos a usarnos como escudos humanos, a matarnos a plomo limpio, matracazos, gas del bueno, corrientazos y cuanto método sea necesario utilizar para seguir en el poder robando a manos llenas.

Porque como esta cuerda de corruptos y mediocres no sabe distinguir  entre  lo más elemental, el día que nos robaron los votos, las esperanzas, los reales y la libertad, también nos robaron la paciencia y el miedo.

Lo más difícil era dar el paso, y muchos chamos con la cabeza llena de ideas de verdad y no de pajaritos preñaos están demostrando a diario que lo que hace falta en este país es que dejemos de pedirle a los demás que hagan las cosas por nosotros, sino que las hagamos y punto. Y si los estudiantes y demás venezolanos de hace por lo menos diez años hubiésemos tenido la misma valentía que quienes hoy llevan más de dos meses jugándose la vida por defender nuestros derechos, si hubiésemos dejado de pensar que “el dólar no podía subir tanto”, que era “imposible quedarse sin comida”, que “este carajo no dura mucho”, “quién se va a vender en el poder judicial”, “la FAN no se va dejar montar la pata”, “la ONU no va a permitir abusos”, “los vecinos no nos van a dejar solos” y un etcétera más largo que cola para comprar harina, otro gallo cantaría.

En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Lo malo para este “rey” es que  sin darse cuenta le arrancó a muchos de golpe y porrazo la venda de los ojos. Ya no somos poquitos, sólo falta que los indiferentes dejen de hacerse los suecos llevando una vida “normal” (con inseguridad incluida, por supuesto) como si su ayuda no fuera necesaria. Sólo falta que terminen de abrir los ojos y vean que si no nos ponemos las pilas AHORA, dentro de diez o veinte años mientras hagamos la cola para pasar la tarjeta de racionamiento vamos a andar lamentándonos por lo que no fuimos capaces de hacer, y viviremos como los cubanos, conjugando en condicional, víctimas de la nostalgia, y nuestro único “orgullo” se basará en ser el destino de miles de hipócritas que predican lo ideal del “socialismo del siglo XXI” porque les gusta pasar las vacaciones en nuestras playas, comer lo que no podemos, y beneficiarse a nuestras mujeres para luego regresar con su decadente virilidad a Europa  para seguir hablando gamelote frente a sus chimeneas.

Este 14 de abril al igual que todos estos agotadores días e interminables noches no hay espacio para pensar en violencia, rendición, derrota ni división. No caben los condicionales. Este 14 de abril es un día más para mantenernos en pie, para no comer cuentos de camino, y seguir resistiendo.

Estudiantes, madres, médicos, albañiles, abuelos, profesores, chicheros, cocineras, periodistas… En fin, venezolanos, apretemos los dientes y sigamos adelante.

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Ni matar policías ni matar manifestantes

¡Hola Sergio!

La situación en Venezuela me ha afectado tanto que llevo casi una semana con las persianas de casa cerradas, desconectada de las redes sociales, y lo que nadie jamás pensaría, con el móvil abandonado. Como sé que con este encierro no conseguiré nada más allá de la tregua de preguntas que no quiero responder, hoy hice un intento por volver a la normalidad.  Se me ocurrió abrir twitter esta mañana con el firme propósito de leer SOLO UN TUIT, daba igual cual. Mi idea era hacer un “acercamiento” silencioso, leer y cerrar, nada de “Buenos días a todos excepto a…”  como escribo cada vez que comienzo mi hiperactividad,  nada publicar ejemplos de “la paz de Maduro”, y tampoco ningún “#voglioviverecosí ” como los que dedico a cada imagen que me recuerda a mi amada Italia. Leer un tuit, callar y cerrar. Y fue en ese momento que el tuyo apareció como el destino pone en nuestro camino lo que necesitamos para conseguir lo que queremos. Decías: «Aunque no participé en la manifestación, pido disculpas a la @policia, porque creo q todos tenemos mucho que hacer»… Leí tu tuit y en consecuencia tu post http://sergioacedo.com/matar-policias-es-de-izquierdas/ justo después de hablar con un amigo que en estos días lleva más que nunca sobre sus hombros la responsabilidad de ser  Inspector Jefe de la Policía Nacional, y atascada entre pecho y espalda la indignación sobre todo lo que está ocurriendo.

Mi amigo poli, ese  que se ha quedado más de una vez boquiabierto por la forma en que animales con y sin uniforme atacan y hasta matan a manifestantes (o no) incluso dentro de sus casas en Venezuela (no con pelotas de goma, sino con PLOMO y “gas del bueno”).  El mismo hombre que no soporta al PPSOE y durante la sobremesa confiesa arrepentido: “hasta he llegado a votar por IU” esta mañana estaba muy frustrado.

Robocop —así le llamo con una sonrisa porque sé que no le gusta— está indignado por lo que ha ocurrido, por las decisiones políticas que pasan por encima de lo que debería ser y no es. Por los pobres chicos que se jugaron el pellejo en la calle ante elementos que están bastante lejos de la gente que pacíficamente reclama los derechos de todos, por imaginarse al Director de la Guardia Civil celebrando con champagne en su despacho  porque por fin  ha escapado del galope de los caballos de los medios de comunicación y la opinión pública que en estos días se han olvidado del despropósito de Ceuta.

El policía que ahora tiene que ver cómo se despotrica contra sus compañeros es el mismo que con paciencia escuchó el profundo asco que sentí cuando gracias a la invitación de otro amigo tuve que tragar grueso y escuchar en el Congreso de los Diputados cómo los “demócratas” de la izquierda española, y la nacionalista que se avergüenza de serlo pero igual se aprovecha de los beneficios del Reino, defendieron de la forma más despreciable la represión, las balas, la muerte de todos aquellos que no consideran  oprimidos, ni luchadores, ni estudiantes, ni pueblo simplemente porque el régimen contra el que se rebelan no es de “derechas”.

Esa es la “izquierda” que se llena la bocota de democracia, pero a la hora de condenar la dictadura cubana o la corrupción chavista (bastante espléndida con los hipócritas, por cierto) se mete la lengua allá donde los venezolanos le damos uso al papel higiénico. Esa izquierda que defiende a “estudiantes” que se creen los dueños de nuestras universidades para hacerlas su territorio y por supuesto hostil para todo el que difiera de sus ideas y/o no esté de acuerdo con los pasillos llenos de suciedad y niebla de porro y tabaco, porque esa es la “libertad”, la suya. Sí, la libertad de hacer lo que les da la gana y quien abra la boca contradiciéndoles es un fascista. La misma izquierda que desde sus cátedras enseña lo que le da la gana sin un programa en mano y con un sistema de evaluación basado en eso que en mi tierra llamamos “jalabolismo”(habilidad de hacer la pelota) que aprecian muchos “profesores” que ven en sus alumnos cerebros que lavar y nuevos seguidores que aumentarán las visitas a sus páginas web,  e incluso la venta de sus libros obligatorios para aprobar la asignatura.

Esa izquierda es la que campa por España chupando de nuestros impuestos y usando la bandera de la “lucha”, porque la “lucha” contra la derecha es digna, porque reclamar derechos fundamentales es digno, justo, soberano, decente y democrático. Pero es todo eso sí y sólo sí la “lucha” no es contra ellos ni contra sus amigotes, porque en ese caso la “lucha” deja de ser legítima para convertirse en “golpismo”, y los ciudadanos insatisfechos pasan a ser «golpistas» merecedores de balas, allanamientos sin orden, desapariciones, destituciones porque sí,  encarcelamientos sin juicio o juicios rapidísimos sin pruebas ni defensa. En resumen, en España hay que matar a los policías por cumplir con su deber a punta de porra y pelotas de goma, mientras en Venezuela hay que darles coches nuevos, condecoraciones y fiestas, por matar,  violar,  acosar, y  junto a paramilitares hacer trizas los DDHH de un pueblo que no merece su atención, respeto, ni mucho menos ayuda por exigirle lo propio a «los hijos» de Fidel Castro, ese dictador que la “izquierda” admira porque sigue pensando que Cuba es un paraíso de ron, puros y jineteras como las que abundan en las playas de Varadero.

Robocop está indignado como muchos por lo que ve aquí y allá, por mí no puede hacer más que escucharme cuando le cuento  cosas como que el lunes en mi casa se han quedado sin gas; y la verdad es que no sé qué podrá hacer por sus compañeros, pero sí que lo hará. Lo que sí está claro es que no creo que haga falta matar a ningún policía, y quien lo intente debería estar ya declarando en un juzgado, tanto como aquéllos que valiéndose del uniforme se sobrepasan con manifestantes decentes y estudiantes de verdad que protestan contra una grosera subida de tasas, especialmente si éstas de una u otra manera servirán para cobijar violentos o pagar el sueldo a más de un profesor mediocre.

En esta España cada vez más al revés no se ha acabado la gente coherente que defiende lo mismo en todas partes, porque así debe ser. Y es un orgullo tener amigos como Robocop y saber que están allí tanto como los diputados que reciben insultos dentro y fuera del hemiciclo por hablar sin pelos en la lengua de lo que ocurre en Venezuela, y también estoy orgullosa de los muchachos que han ignorado el blablablá en clase de quien no permite el disentimiento porque parece que le merma su débil ego. Por todo esto no estoy dispuesta, como no debería estarlo ningún ser humano a que a personas como éstas se les meta en el mismo saco que a los abusadores, corruptos, hipócritas, y matones que por enrollarse una palestina al cuello, escuchar Manu Chao y ponerse una camiseta del Che creen que sólo ellos pueden opinar y que la violencia se justifica si se ejerce a favor de “su lucha”.

La violencia NO es justificable, y que nadie pretenda convencernos de lo contrario. No se trata de ponerse del lado de la policía o de los manifestantes, se trata de estar del lado de la Ley y no del de la violencia y el vandalismo.

Vuelvo a mi encierro no sin darte las gracias por tus palabras que desnudan la doble moral de muchos, aunque sabemos que eso no les importa, siempre pueden taparse con alguna bandera que les permita seguir bailando al son del que pone la plata o esperar pacientemente como caimanes en boca de caño.

                                                                                                           Un abrazo

 

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Lágrimas de una madre

Después de un viacrucis burocrático impuesto por el gobierno venezolano, y de la buena voluntad de un hombre con barras en los hombros conseguí que mi mamá me visitara por dos semanas. Catorce días que en una relación madre-hija son más de veinte mil minutos en los que podría estallar el clásico choque de trenes, demasiado poco tiempo considerando que con suerte la tendré cerca en Navidad, y muchísimo para quien a pesar de haber bajado del avión con la primavera bajo el brazo se queja del frío europeo (22º C).  

Mi intención era que tomara una bocanada de aire y tranquilidad, que hiciera esa higiene mental que recomiendan a diario mis amigos aquí y que no consigo por estar pegada al teléfono con +5:30h en contra de mi sueño y obligaciones. Lo intenté, pero no tuve éxito.

El trauma de la escasez que enfrenta a diario la hizo insistir en ir a un supermercado… ERROR!!!  A mi pobre vieja se le iluminaban los ojos como a niño en juguetería. Los pasillos repletos de productos que hace tiempo no ve ni siquiera en la televisión la hacían llenar un carrito que yo iba vaciando por detrás. La carnicería rojita pero no de revolución del hambre sino de grandes piezas de carne tierna la emocionaban como si se tratara de una obra de arte, el pollo de todos los tamaños y para todos los gustos, una charcutería con tanto jamón que costaba decidirse y el queso que le gusta comer a mordisquitos la conmovieron. Cuando vio el pasillo de la leche y las torres para llevarla por cajas si le parecía, un dejo de nostalgia se apoderó de su mirada… Mi mamá “guapeó” cuanto pudo, pero al recordar que el sábado anterior en un supermercado venezolano que parece una ciudad fantasma sólo había conseguido un litro de aceite, pasta y algo de harina de maíz, rompió a llorar.

¡Qué dolor, qué impotencia, qué desgracia! Mi madre lloraba por todo lo que sus hijos ya no comen, por todas las horas que tiene que hacer cola para “lo que haya”, por el país que perdimos y ella aún no sabe muy bien cómo. Porque mi mamá no sabe qué es la derecha ni qué es la izquierda. Al igual que la mayoría de los venezolanos que conocimos el país de las siete estrellas, sabe distinguir perfectamente entre un corrupto y un político honesto; y nada le importa el color de los partidos ni la palabrería con la que buscan votos.

Mi mamá no tragaba a Carlos Andrés Pérez, entre otras cosas por lo corrupto que era. Creo que para ella no hay peor castigo que extrañarlo, y me juego una arepa de carne mechada con queso guayanés (en este momento más codiciada que el oro en polvo) si alguno de nuestros padres no siente lo mismo. Esa desgraciadamente es la clave, estamos tan mal como nunca pudimos imaginarlo, tan mal que extrañamos a Carlos Andrés Pérez, estamos tan mal que nuestros rostros se iluminarían como el sol de los Teletubbies si volviéramos a tener a ese gocho en Miraflores. Pero no porque nos gusten la corrupción, los paquetazos, y mucho menos lo que vivimos con él en su segundo mandato, sino porque en esos años nuestros supermercados estaban full de productos de diferentes marcas  y los clientes que entraban a comprar lo hacían sin ser marcados como ganado. En esos años la gente no mendigaba medicinas al exterior porque el país tenía una sólida industria farmacéutica. En esos años el hampa comenzaba a soltarse el moño pero salir a la calle no era jugar a la ruleta rusa. En esos años la prensa era «el cuarto poder» y la libertad de expresión sagrada.

Nos gobernaba un DEMÓCRATA, y no hay que olvidar que a ese demócrata quisieron matarlo en un golpe de Estado algunos de los que ahora forman parte del régimen que se escuda en la impunidad y la mentira para acosarnos y asesinarnos.

Mi madre, esa señora que no soporta más de tres minutos al teléfono se ha modernizado porque para saber lo que pasa en el país ya no cuenta con la televisión negligente ni con las poquiticas páginas que tienen los diarios que no alcanzan para contarlo todo.  Estos días de “desconexión” fracasada me sirvieron de espejo para ver hasta qué punto estamos enfermos. La pobre me contaba los detalles que no trascienden en las redes sociales,  los mismos que me cuenta a medias cuando la llamo. Refugiándose en su inagotable fe rezaba para que mis hermanos no se conviertan en un preso, herido o muerto más. Se le iban los ojos cuando veía por la calle a un niño jugando mientras recordaba que su nieto tiene que hacerlo encerrado en casa para poder estar “medio seguro” y cuánto tiene que subirle el volumen a las comiquitas para que no escuche los disparos. Revisaba su teléfono innumerables veces y sufría cada muerte como si se tratara de un hijo propio. La furia la envolvía deseando “poner en los palitos” a uno de esos que se sienten muy fuertes porque golpean entre varios a una persona indefensa. Y conociéndola, no le recomiendo a ningún elemento de esos que se le acerque a mi vieja cuando anda con el “apellido atravesao´”.

Hice grandes esfuerzos por hacerla dormir y no pensar en su tierra ni en su gente, el esfuerzo fue doble porque sé que es inevitable, sé lo que siente, y para convencerla tenía que empezar por mí (¡tremenda ayuda!). En resumen, sólo conseguí entretenerla por raticos, el más largo fue la hora y media que duró el monólogo de un humorista que logró hacerla reír como no lo había hecho en mucho tiempo, y le agradezco profundamente la hazaña porque él sabe parte de lo que está pasando en casa.

Veo que me he ido por las ramas para evitar recordar el llanto de mi madre, pero sé que me entenderán porque es muy doloroso ver sufrir a nuestra sangre. El llanto de mi vieja es el mismo de millones de madres venezolanas, un llanto prematuro, antinatural, injusto. A diferencia de otras madres del mundo, las nuestras no lloran por perder a sus padres o maridos. Nuestras madres lloran porque no tienen vida hasta que cada uno de nosotros se reporta para decir que ha llegado bien, porque no consiguen la leche que sus nietos necesitan para crecer, porque escuchan las balas y saben que muchas ya tienen nombre, lloran porque no hay medicinas en ninguna parte ni para comprar ni para ayudar a un enfermo con su tratamiento médico, lloran porque han visto a sus familias desparramarse alrededor del mundo, lloran porque asesinos con sueldo formal o informal del Estado están diezmando a un pueblo que no pide más que libertad para comer, estudiar, trabajar, informarse, moverse… En fin, libertad para vivir en paz, pero en paz de verdad, no en eso que este régimen macabro quiere meternos en la cabeza a punta de plomo.  Pero también tienen lágrimas de esperanza como cuando mi vieja dice “esto se tiene que acabar,  vamos a tener el país que nos merecemos, vas a regresar a tu tierra y yo voy a vivir para verlo”.

Ante tanto optimismo y seguridad, a esta mujer que por más que lo imagine sigue ignorando lo que siente una madre no le queda otra cosa que romper el silencio para decirle: ¡Ojalá mami, ojalá!

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