Categoría: Volar

En ese momento

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Era un día cualquiera, sin ofertas especiales, sin grandes anuncios ni llamativos elementos decorativos. Un día como muchos otros en los que aparentemente no hay nada que celebrar, pues, aunque parezca obligatorio hacerlo cuando el calendario comercial lo señala, escoger las propias fechas importantes es -como poco- rebeldía.

Se fue a la cama con el peso de la tristeza, sabiendo que no era feliz. Incluso sintiendo vergüenza por una actitud que no le pertenecía, con la que no se identificaba, pero que había tenido y mantenido con una frialdad pasmosa y a la vez incapaz de apagar sus sentimientos.

Se había estrellado contra un muro de vanidad que apareció abruptamente mientras pedía ayuda. El golpe fue tan fuerte que la impulsó a tomar medidas para evitar que se repitieran situaciones que no la hacían feliz, entre ellas, mirar para otro lado como si al hacerlo desapareciera aquello que empañaba su sonrisa.

Dicen que un castigo duele más a quien lo impone que a quien lo recibe. Ella nunca creyó mucho en eso hasta que decidió castigar a alguien que amaba. A veces es necesario dar un baño de humildad a aquellos que se creen mejores porque son capaces de reprimir sus emociones, incluso sus sentimientos ignorando que no es una cualidad, sino simple cobardía.

Pasaba el tiempo y ella no miraba al muro. Sabía que estaba allí porque en su mente le había colgado la Primavera de Botticelli, pero lo ignoraba como si no se perdiera de nada de lo que había al otro lado, como si fuera fácil ignorar un Botticelli. Intentaba quitarle peso al asunto frivolizando como si se tratara de un par de zapatos de los que no se podía comprar. Da igual lo bonitos, lo buenos, lo bien que calzaran o lo mucho que los deseara. Estando fuera de su alcance era preferible no torturarse ni buscar imitaciones… Total, no eran más que zapatos.

Creyó que hacía bien en castigar, en dar una lección siendo soberbia y utilizando una potestad para juzgar como si ella no se equivocara. Fue entonces cuando pensó en el amor, en el amor de verdad. No en ese sucedáneo con fecha para flores, bombones o canciones empalagosas. No en el que busca en otros lo necesario para llenar vacíos propios, ni ese que hace creer que sin el otro la vida pierde sentido. Tampoco el del aterrador “me perteneces” o el lapidario “para siempre”. No en ese del ¿dónde estás?, ni en el del “por favor, no me dejes”.  Pensó en el amor como sinónimo de comprensión, confianza, empatía, libertad, generosidad, igualdad, integridad, respeto, admiración. En las imperfecciones que lo hacen único, en las equivocaciones que lo hacen humano, en la voluntad para cuidarlo como se cuidan las plantas, pues hasta el cactus más puntilloso necesita un poquito de agua.

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Antes de volar…

Hay gente que  cuando  está en un lugar donde sabe que habrá personal a su servicio se confunde y cree que tendrá sirvientes. Pasa en los restaurantes, tiendas, cines, y por supuesto en los aviones.

Esos maleducados que suben a bordo sin responder los “buenos días”,  sin mirar a los ojos,  parece que se ponen de acuerdo para viajar en verano y los puentes, incluso parece que deciden juntos el destino donde pasarán sus vacaciones haciendo gala de su prepotencia y descortesía desmedida. Esos que creen que tienen mayordomo con frac y todo son la muestra más evidente no sólo de que nunca han tenido uno, sino de que nunca lo tendrán. Tocan el timbre y al atenderlos no saben qué pedir, dan órdenes, gritan, te agarran por detrás, te tiran de la falda, interrumpen mientras estás atendiendo a otro, silban para llamar la atención, chasquean los dedos, en fin… Todo menos decir “señorita”, “joven”, “disculpe”.  Sueltan la maleta en el suelo porque no pueden con ella, se sientan y pretenden que se las subas tú… Cambian los pañales de los bebés en los asientos y te llaman para que vayas a recogerlos, sueltan el producto de sus mareos y quieren entregarte la bolsita… Insultan cuando se les llama la atención y pretenden quitarte autoridad con la excusa de que estás allí para aguantarlos y ponerles la Coca Cola.

Señor pasajero maleducado, no se equivoque, nosotras no somos muñequitas a las que se les puede meter mano, tampoco somos niñeras, limpiadoras ni portaequipajes. Estamos en el avión que lo transporta a sus merecidas vacaciones especialmente para salvar su vida y la del resto de los pasajeros en caso de una emergencia que esperamos nunca ocurra; lo de los refrescos es parte de nuestro trabajo, pero es secundario. Si le decimos que no suba los pies a determinados lugares, es porque no son escabeles sino elementos muy delicados que nos serán útiles para salir en tiempo récord si fuera necesario, y sería lamentable que su vida, la nuestra y la del resto de los pasajeros se viera afectada porque usted y muchos inconscientes hicieron caso omiso a nuestras explicaciones.

Si le decimos que apague el móvil, el ordenador y cuanto aparatito electrónico lo entretenga, no es porque nos divierta ver cómo lo apaga, sino porque es NECESARIO, y por apagado se entiende TOTALMENTE APAGADO, ¿no me entendió? Repito: TOTALMENTE APAGADO, no en “modo avión”, ni en “le saco la tarjeta”, ni me hago el sueco y pongo el protector de pantalla, ni me lo guardo en el bolsillo, ni la azafata es tonta y apenas se vaya lo vuelvo a encender… Si le decimos que mantenga el cinturón abrochado mientras la señal esté encendida, es por su bien y porque sabemos cómo se pulverizan los huesos ante un trancazo durante una turbulencia o un frenado repentino, pero si usted insiste en sentirse como “Harry el sucio”, suéltelo, pasee y viva la emocionante sensación de estar “al margen de la ley”, supongo que eso le disparará las endorfinas si tiene la suerte de no llevarse un golpe.  Si le decimos que no fume, no es porque nos preocupen sus pulmones (ya bastante tenemos con los propios) se lo decimos porque volamos sobre toneladas de combustible y ese cigarrillo que a usted no le importa encender en el baño puede ser la mecha que active esa bomba. ¿De verdad quiere que todos empezando por usted terminemos así? ¿De verdad tiene ganas de pasarse los próximos años trabajando para pagar una multa que ronda los cuarenta y cinco mil euros?

Si cree que tratando como esclavos a las personas (que le repito, están a su servicio pero no son sus sirvientes) hace algo divertido, créame, no es así. Piense un poquito antes de decir cualquier barbaridad. Las personas que sirven refrescos en un bar o en un avión no son precisamente ignorantes. En el caso que nos ocupa, usted está hablando con abogados, periodistas, fotógrafos, internacionalistas, politólogos, maestros, fisioterapeutas, historiadores, empresarios, artistas plásticos, artesanos, enólogos, economistas… Los que hablan menos manejan dos idiomas, otros son políglotas, y a diferencia de todos esos trabajos que se hacen por necesidad cuando uno no practica lo que estudió, éste es uno de los que se hace por vocación, porque nos gusta conocer gente, nos gusta tratarles bien, porque tenemos un hígado que genera paciencia, y cuando parece que ya no tenemos más, resulta que siempre encontramos una reserva. En resumen, no intente humillarnos porque le servimos, pues no es motivo de vergüenza, no nos trate como ignorantes,  piense que muchos hemos estudiado incluso más que usted; y aunque no lo hubiéramos hecho, eso no nos quita el derecho a ser respetados.

Nos gusta ser parte de un bonito recuerdo, ser una de esas experiencias que pueda contar cuando regrese. Hacemos lo que está en nuestras manos para que usted se sienta bien, le dejamos nuestra ensalada si usted es vegetariano y olvidó notificarlo a la compañía, le prestamos para  llenar las planillas de inmigración el único bolígrafo que tenemos aunque estemos casi seguros de que sólo una de cada veinte veces regresará a nuestras manos, le cambiamos de sitio si no le gusta el que le tocó, le escuchamos su vida y milagros si vemos que se siente solo y tiene ganas de hablar, le recomendamos el mejor regalo que puede hacer en lugar de dejarlo comprar a ciegas. Le ponemos la manta si se quedó dormido sin ella,  encendemos la lucecita para que pueda leer mejor, le ayudamos en lo que podemos, pero no abuse.  Es nuestro trabajo, es verdad, pero esas atenciones “extras” seguro marcan la diferencia entre una compañía aérea y otra… Porque no todo es dinero y eso lo sabemos todos.

Entendemos que para usted un avión sea un territorio desconocido y eso lo ponga a la defensiva, entendemos que los aeropuertos lo agobien, los despegues lo pongan nervioso, los espacios pequeños lo vuelvan agresivo. Pero eso no le da derecho a gritar, ofender, agredir, y hasta montar pataletas propias de niños malcriados. Durante las próximas horas, todos tendremos que convivir en un espacio pequeñito del que afortunada o desafortunadamente no podemos irnos cuando nos apetezca. Así que relájese y asuma las limitaciones de tiempo y espacio que tenemos.

Fíjese bien en  cómo  deja el baño cada vez que lo usa, y eso seguramente le responda porqué lo encuentra como lo encuentra. No cuestione las instrucciones  que se le dan, si tiene dudas pregunte, siempre será por su propia seguridad. Piense por un minuto que esa muchacha que está en el pasillo caminando de un lado para otro podría ser usted, su madre, su hermana, su hija… ¿De verdad las trataría así? ¿Le gustaría que alguien le hiciera fotos sin su permiso? Entienda que en los aviones, como en los supermercados, zapaterías, bibliotecas, bares y demás, trabajan seres humanos, no máquinas.  Y si es usted el educado que se encuentra con algún auxiliar de vuelo tosco o grosero (que los hay, por desgracia) quéjese, notifíquelo a otro compañero, hable con el  jefe de cabina y si es preciso, con el comandante, pero no baje de nivel, el resto de nosotros se lo agradecerá.

Una última cosa, a pesar de que a bordo se cobran muchas cosas afortunadamente las sonrisas, los “buenos días”, “por favor” y “gracias” siguen siendo gratuitos; por eso los damos y recibimos con mucho gusto.

Bienvenido a bordo y feliz vuelo.

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Volver a la Ciudad de la Furia

Dicen que el primer amor nunca se olvida, y que el primer novio tampoco (no tiene que coincidir una cosa con la otra, ya lo sabemos). Y si hablo de todo lo conocido después de Valencia, mi primer amor fue Buenos Aires, fue en esa ciudad donde estrené mi flamante pasaporte de aquélla dorada República de Venezuela, el pasaporte que abría todas las puertas y mucho más si quien lo presentaba era una mujer; este es un recuerdo que guardo con la misma nostalgia que siento cuando veo que ese país ya no existe, y que por supuesto, muchas puertas se nos cierran en la cara sin siquiera preguntar.

A Buenos Aires llegué de la mano del amor que me llenó de rosas durante el rojo de un semáforo (sí, vendían impresionantes ramos de rosas en los semáforos), del que me vio bailar tango con un artista callejero en Florida, pasear por la Recoleta,  y que por nada del mundo quiso llevarme a la Bombonera para que regresara enterita a mi casa… ¿Exageraciones? ¡Boh! Ir a Buenos Aires fue unos de mis primeros sueños convertidos en realidad. Una ciudad cosmopolita, enorme, llena de todo lo que podía seducir a una jovencita.

Cuando mis amigos me preguntaron qué pensaba de la ciudad de la furia que Soda Stereo nos había incrustado en el cerebro, yo simplemente dije: “Buenos Aires es una París gigante con italianos divinos que hablan español”…  “Buenos Aires huele a nostalgia y a rock”. Porque eso fue lo que encontré, una ciudad monumental con todo hecho a lo grande, la 9 de julio con su obelisco, sus cúpulas europeas, el magnetismo en la mirada de los porteños, el orgullo de no pasar desapercibida para el mundo; la banda sonora que retumbaba en las habitaciones de muchos latinoamericanos: Fito Páez, Charlie García, Andrés Calamaro y Soda Stereo si tenías menos de cuarenta años, y los tangos del elegante Gardel si tenías más de cincuenta o abuelos muy cultos.

En mis primeros años la ingenuidad infantil me llevaba a pensar que en ese rincón remoto del mundo no vivía nadie porque todos caminaban de cabeza o se caían al espacio; luego entendí que si allí vivía Mafalda con sus amigos tenía que ser un lugar extraordinario capaz de desafiar todo, incluso a la gravedad. Esa curiosidad por conocer la que como vi ayer en la autopista hacia Ezeiza es “la ciudad de todos” se acentuó gracias a Gustavo, Zeta y Charlie… Mi hermano mayor los metió en casa escondidos en una cinta y  ya no los dejé ir… De hecho, me fui yo y  me llevé a Cerati conmigo…

La Buenos Aires que yo conocí era mucho mejor de lo que podía imaginar una muchacha que no llegaba a los veinte y vivía en un país tropical. No me decepcionó, tampoco lo hizo Mar del Plata ni sus edificios que me recordaban a Montecarlo.  Argentina era tan  grande que no cabía en toda la extensión de sus nueve letras.

Mi pasión por Buenos Aires es producto de su vino perfumado, esa carne que se disuelve en la boca y que hace pensar en ganado pastando albahaca genovesa,  es producto de la morriña gallega o italiana de los inmigrantes. Mi pasión por Buenos Aires se sonroja ante la mirada celeste de un porteño encorbatado, se deja caer en sus acogedoras librerías, o comer la oreja por ese acento de Federico Luppi o Héctor Alterio, se rebela como la niña a la que no le gusta la sopa, siente el hervor en la sangre de un hincha de fútbol,  se desgarra en el dolor de un tango, mira con nostalgia las luces del puerto, y suda en el Luna Park ante sus estrellas del rock.

Pero como dice la canción “veinte años no es nada”…  En menos de veinte años han destrozado a mi Buenos Aires Querido… La corrupción no es propiedad exclusiva de los venezolanos y las calles porteñas son prueba de ello. Menem, Cavallo y sus famosos “sobresueldos” que hasta hace poco eran una realidad lejana para los españoles que ignoraban la porquería que se escondía en el seno del Partido Popular, ya habían creado escuela en el fin del mundo; y De la Rúa huyendo en un helicóptero a falta de las pelotas que le sobraron para perpetuar el negocio que Cavallo llevaba tiempo montado como Ministro de Economía, allanaron el camino para que el populismo, la mentira y la corrupción pudieran no sólo mirar a dos lados al mismo tiempo y acaparar más, sino convertir a Argentina en la casita de muñecas o más bien la ruleta de la señora que quiere continuar forrándose como su difunto marido con el permiso de las instituciones partidistas que cree puede montarse a la medida como su otro difunto amigote que le regalaba plata. Sí, porque los “presidentes del pueblo” son así de espléndidos cuando los billetes no salen de sus bolsillos.

La Plaza de Mayo está blindada, la inquilina de la Casa Rosada dedica más tiempo a las sesiones de botox que a escuchar a los “descamisados” de lo que queda de Evita Perón revolcándose en la tumba, la 9 de julio es una cantera afeada por unos andenes que la encogen, Corrientes está sucia, Florida, Sarmiento, y Bolívar también… La miseria ya no tiene la cara de peruanos o bolivianos en busca de una vida mejor, la miseria se ha apoderado de los nacidos en la entera nación. La hipocresía reina en los discursos de la “viuda alegre de América” a quien cada vez se le hace más difícil justificar qué ha hecho con la plata de los argentinos, incluso la de los venezolanos… El peso cada vez vale menos, y si lo consigues en el mercado negro, que en Argentina se le llama “blue” porque hasta para eso son elegantes, mejor ni hablar. Los típicos asados de fin de semana comienzan a ser quincenales o mensuales porque la carne está por las nubes y cada vez es más difícil estirar el sueldo para llevar los fideos a casa. Ya no se camina por las calles bonaerenses pensando en cual será el piropo más bonito que te dirán, ahora vas con cuidado para que no te arranquen el bolso, el certero golpe de un pibe en bicicleta no te quite lo que llevas en la mano, o atenta porque esos secuestros y  muertos por armas de fuego los fines de semana son el nuevo estilo de vida importado de Venezuela, pues las telenovelas ya no son lo que eran. Si decides huir de las calles, te adentras en el subte rezando lo que te sabes (aunque no seas creyente) para no subir al tren de la muerte, no sólo por aferrarte a la vida, sino porque si la pierdes, nadie responderá por ella.

Buenos Aires se ve tan susceptible porque la veo transitar el camino que Venezuela ya ha recorrido y la ha llevado al barranco en el que vivimos, ese barranco del que parece no podemos salir porque ni terminamos de decidirnos, ni nadie nos echa un cable, pues quienes podrían o deberían hacerlo están muy ocupados contando los petrodólares con los que el chavismo les calla la boca.

Este fin de semana, una vez más pude “volver”, y como han pasado los años, sí que encontré en el espejo la frente marchita, especialmente después de correr para arriba y para abajo en los pasillos de un avión cargado de argentinos que también han decidido volver,  bien por vacaciones, o porque no encontraron en la vieja Europa la misma hospitalidad u oportunidades que el maravilloso Sur abrió a tantos barcos cuando en el otro lado del charco la cosa estaba fea.  Una vez más saboreé un vino delicioso, me comí poquito a poco un bife de chorizo que no quería que acabara nunca, desayuné medias lunas, me quité el antojo de empanada; me hice amiga de un taxista que me llevó a visitar a ese que siento como un gran amigo, sentí el frío del viento, y otra vez la nostalgia por esa ciudad de la furia  que mata a pobres corazones y que han convertido en  ciudad de la miseria y rabia contenida…

Ciudadanos del mundo, Argentina no es cuna de ladrones, contadores de milongas, estafadores del amor, futbolistas evasores, viudas calientes con afán de protagonismo, suciedad, irresponsables con aerolínea privada, corruptos con ganas de regresar a la Rosada (como si no la ocuparan ya otros de su misma calaña), militares asesinos, oportunistas y demás escoria… Todos esos cayeron allí por accidente, por desgracia.  Argentina es cuna de gente honesta, trabajadora, con ganas de laburar y disfrutar de las cosas buenas y simples de la vida; un disco, un libro, una Quilmes, un derby en la tele o el estadio, un asado con los amigos; una bella mujer a quien llamar “diosa”. Argentina es cuna de poetas de la prosa, del tango, el comic y  del rock; de genios en el arte de crear cosas buenas, y no trampas para hacerse con lo de los demás.  Más allá de quién lo haya dicho, Buenos Aires  es la ciudad de todos, porque en la ciudad de la furia cualquiera podría encontrar su lugar…

Mi Buenos Aires Querido, me verás volver, pero quisiera hacerlo a esa que conocí, a la que Jorge Luis, Gustavo, Fito, Carlos y Quino tienen talento para adorar. Quisiera profundamente volver  y que al hacerlo también pueda hacer cosas imposibles, quisiera volver y despertar a mi querido Cerati para decirle que ya ha pasado el temblor…

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Por si acaso…

Creo que decidí ser aeromoza cuando todavía no había comenzado la escuela primaria… La culpa de todo la tuvo Viasa y su maravillosa publicidad…

Desde hace años cuando llega el momento, me levanto, me arreglo sin olvidarme de la crema hidratante, de revisar una y otra vez que no haya arrugas en el uniforme, que los zapatos estén brillantes, el moño en su sitio, y que llevo en el bolso el pasaporte, la licencia y la máscara de pestañas.

Desde hace años cada vez que me pongo mi uniforme, siento que de verdad tengo alas, porque de verdad las tengo aunque sean de acero…

Pienso en la cantidad de personas que me cruzaré por el camino, llenos de ilusión por volver a su tierra, disfrutar con sus amigos, comenzar una nueva vida, despedirse de lo que ya no quieren, e incluso encontrar el amor… Porque muchos se suben a un avión sabiendo que será la primera o deseando que sea la última vez.

Saco mi mejor sonrisa incluso a esos maleducados que no saben decir «buenos días», «por favor», y mucho menos «gracias». Camino por las pasarelas de ese tubo que surca los cielos  y soy feliz…

Antes de despegar me repito una y otra vez todo lo que debo hacer, decir y llevarme en caso de tener que pegar la carrera al tiempo que deseo profundamente que nunca tenga que hacerlo. No es algo que me perturbe, pero cuando lo piensas bien te vienen muchas cosas a la cabeza, las mismas cosas que ninguno de nosotros piensa cuando salimos de casa, o más bien no quiere pensar: Y si no vuelvo???

Hoy mientras me arreglaba ilusionada con volver al cielo, quise escribir esto… Por si acaso…

Si no volviera (que volveré) ya le he dicho a todas las personas importantes cuánto los quiero, he ido mucho más lejos de donde habría podido imaginar, he cumplido muchos de mis sueños, he tenido una familia fantásticamente imperfecta (como la de todos), amigos maravillosos, he dormido en los brazos del amor de mi vida (aunque todas las noches del mundo no serán suficientes) he llorado de tanto reír, he reído por no llorar… He hecho lo posible por convertir en realidad los sueños de otros, y hacerlo ha sido parte de los míos. He luchado por mi país, por lo que quiero. He dado lo mejor de mí sin dejarme nada en el tintero.

He sentido la hierba acariciar mis pies al caminar y he bailado sobre vertiginosos tacones.

He conocido la amargura de la traición. He comenzado de nuevo una y otra vez, y seguiré haciéndolo cuantas veces sea necesario.

En resumen, a pesar de los momentos duros he tenido muchísima suerte y he aprendido muchísimo. Aún tengo muchísimas cosas pendientes, me quedan muchos besos por dar, pero hoy estuve pensando en esto y necesitaba decirlo … Por si acaso…

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