31 de diciembre, 2019
Parlare di cose belle
Hay silencios voluntarios, hay silencios obligados, silencios necesarios y, sobre todo, hay silencios elocuentes. Muchas veces un silencio dice mucho más de lo que las palabras podrían expresar. Un silencio encierra mucho aunque las circunstancias lleven a ahogarlo en la garganta para que no se pasee entre pecho y espalda buscando escapar siquiera como un grito. A veces cuando no hay nada bueno qué decir, es mejor callar. No es la primera vez que me pasa, pero parece que puedo controlar más los silencios cuando escribo que cuando hablo, si la gripe no lo impide, hasta por los codos. Los silencios preocupan más (con razón) a quienes me conocen.
Hay silencios abrumadores por el dolor que guardan y silencios hermosos como una bahía solitaria una tarde cualquiera al final del verano. Lo que más satisfacción da es tener un motivo bonito para romper con el silencio. Yo decidí que rompería el mío sólo si tenía algo bonito para contar. Me prometí que volvería hablar sobre “cose belle” y que daría a éstas el protagonismo por encima de todas las tristezas que azotan mi vida desde que veo cómo se hunde cada vez más mi país, pues la vida también se compone de esos momentos en los que las sonrisas, aunque fugaces, llenan de oxígeno el alma y permiten soportar la fetidez de la cotidianidad creada por el chavismo que lleva más de dos décadas destrozando todo lo que toca.
Así que aquí estoy, recapitulando algunas de las cosas más bonitas que pasaron durante el año y que vale la pena contar: como volver a abrazar a uno de mis hermanos allá donde jamás pensamos que terminaría viviendo, sentir cómo el amor se apodera de una llamada telefónica que no quería terminar aunque hubiera un médico esperando en la cita programada, ver con los ojos empañados el atardecer bajo el cielo florentino, descorchar una botella de vino para celebrar un reencuentro con acento colombiano, sostener entre mis brazos a dos nuevos habitantes de esta locura, festejar la última sesión de radioterapia de una amiga, ver pasar más de veinte años en imágenes que ni siquiera sabía que existían, abrazar a mi familia en un aeropuerto en el que me sentía segura…
Hablar de cosas bellas es hablar también del sentimiento que madura con los años y que no necesita palabras, porque aunque al principio todo pareciera una trampa, la vocecita que decía “haces bien” tenía razón. Ver a un amigo superar una gravedad y caminar solo, despacio, pero sin ayuda. Compartir un taco a las cuatro de la mañana y sonreír a pesar de los jalapeños, ver la cara de sorpresa al hacer una visita inesperada, sentir la nariz de mi sobrino apoyada contra la mía, hacer hallacas con mi familia y ver cómo la felicidad a veces viene envuelta en hojas de plátano. Ponerle nombre a un banquito perdido en el mundo, no con un bolígrafo, sino con un momento. Tener amigos que hacen cosas por los míos, que se alegran por los míos, que me ayudan a cuidar de los míos. Pasar este fin de año sintiéndome setenta y cinco por ciento feliz, pero con la certeza de vivir el siguiente con todos los pedacitos de mi familia juntos en el mismo lugar.
Todo lo demás lo guardo para mí con quienes me acompañaron en cada momento bonito que hizo posible romper este silencio, con la firme esperanza de multiplicarlos y que cada vez sea más sencillo escribir hasta que llegue en día en el que simplemente tenga problemas normales.
Por un año lleno de “cose belle”.
¡Qué lindo!
¡Feliz año!
¡Que El Universo te premie con lo que anhelas!
¡Qué lindo!
¡Feliz Año Nuevo!
¡Que El universo te premie con lo que anhelas!