Si fueras venezolano
Siempre he creído que utilizar ejemplos prácticos hace más sencilla la comprensión de aquello que nos es ajeno. Como cuando todavía no sabía contar y mi abuela me enseñaba cuántos días faltaban para ir a la playa: te duermes, te despiertas, desayunas, vas al colegio, te bañas, comes, juegas, te duermes, te despiertas… Repites todo de nuevo y ya será el día de ir a la playa. Parece una tontería, pero que me explicaran las cosas en base a mi vida diaria era la mejor manera de hacerme entenderlas.
Así que pensé en toda esa gente que desde hace días no hace más que hablar de «golpe de Estado» en Venezuela sin tener en cuenta nuestra Constitución ni lo que cada venezolano vive. De manera que aquí lo explico con ejemplos prácticos para que puedan comprender qué es lo que nos ha llevado a la calle una y otra vez:
Si en lugar de ir al supermercado que más te gusta a llenar tu carrito con por lo menos seis marcas distintas de leche para escoger entre desnatada, semi, sin lactosa, de soja o ese cuento con sabor a almendras, tuvieras que cambiar un paquete de pañales por un pote de leche en polvo. Si la ausencia de esas estanterías de aceite de diferentes orígenes e intensidades que bien conoces te obligara a negociar con tu vecina para que por media botella tú le dieras medio kilo de pasta. Si en lugar de relajarte en una bañera de agua caliente, exfoliar tu piel, ponerte mascarilla en el pelo o depilarte las piernas a toda prisa bajo la ducha, tuvieras que picar en trozos una pastilla de jabón, rendir el champú con agua y sacarle el mayor provecho posible a un cubo de agua fría porque no están las cosas como para desperdiciar el agua ni el gas. Si tu madre no fuera a la farmacia con la receta, pidiera sus medicinas y pagara, sino que tuviera que esperar a que tú hicieras maromas para mandarle el tratamiento necesario durante los próximos seis meses o incluso un año. Si en lugar de subir al transporte público a la hora que te apetece, tuvieras que hacerlo a un camión de cochinos para ahorrarte los kilómetros que separan tu casa de tu lugar de trabajo. Si no usaras tus redes sociales para farandulear o criticar a «la derecha» y te vieras en la necesidad de pedirle a tus seguidores ayuda para conseguir un medicamento o dinero para cubrir la operación de algún familiar o amigo.
Si cada vez que salieras a la calle lo hicieras sin tu teléfono porque llevarlo contigo sería facilitarle el camino a la muerte. Si tu tiempo de encierro comenzara al ocultarse el sol. Si la totalidad de tu sueldo de novecientos euros te alcanzara solamente para comprar un cartón de huevos. Si al ver una carroza fúnebre recordaras que en una como esa alguien te hizo el favor de mandarte junto al cadáver la ampolla que resistió los baches de 400Km de carretera para ayudar a salvar la vida de una amiga en coma. Si en lugar de ver nacer a tus mellizos prematuramente en un hospital público con todas las condiciones hubieras tenido que hacerlo en uno sin oxígeno o donde el primer apagón mandara al demonio hasta los monitores.
Si tuvieras que coordinar con tus hermanos según el terminal del documento de identidad para hacer la cola que permitiera comprar dos kilos de pasta por cabeza una vez al mes (si todavía quedara llegado el momento). Si en lugar de ir al parque tus hijos tuvieran que jugar en el patio de tu casa donde hasta el techo está enrejado. Si tus protestas rodeando el Congreso no se resolvieran con la «violencia policial» que denuncias, sino a punta de plomo directo a la cabeza. Si la inviolabilidad de tu domicilio durara hasta que unos uniformados te lanzaran lacrimógenas por la ventana o les diera por entrar y llevarse de tu casa incluso a tus sobrinos menores de edad. Si al ser detenido por manifestarte en la calle supieras que tendrás defensa de oficio y un juicio con todas las garantías, pero no desaparecerás, no te raparán la cabeza, te desnudarán, te llevarán a una celda cinco metros bajo tierra, tampoco te obligaran a comer excremento, te violaran con un fusil ni te arrancaran las uñas. Si tus largas tardes de zapping hubiesen desaparecido porque los medios de comunicación públicos estuvieran secuestrados, los privados amenazados o cerrados y para informarte dependieras de la conexión a internet más lenta de la región.
Si irte de vacaciones no fuera más que un lejano sueño porque llevas años con el pasaporte caducado y renovarlo para por fin emigrar o ir a ver a tu familia te costara como poco los 500€ que te pide el funcionario de turno para entregártelo en meses. Si tu versión del interrail fuera una caminata de miles de kilómetros atravesando los Andes hasta pedir refugio en algún país vecino. Si tus amigos en lugar de ser vegetarianos por decisión, comieran yuca, plátano o mango porque no consiguen otra cosa. Si al salir tu única opción fueran los zapatos rotos que te quedan porque los demás ya tienen el hueco muy grande. Si el registro electoral o la garantía de ser auxiliado por tu consulado en cualquier lugar del mundo desapareciera porque tu nombre está en una lista de disidentes. Si toda la gente que te rodea estuviera cada día más delgada porque come lo que puede cuando puede. Si tu carro llevara meses sostenido por cuatro bloques porque así se quedó cuando dejaste de conseguir neumáticos o repuestos. Si tus grupos de Whatsapp no se llamaran «amigas» «marcha» ni «running», sino «tanquetas», «medicinas», «comida» o «trueques varios», y tu galería de imágenes constara de fotos de medicamentos, personas heridas o precios del kilo de queso en lugar de memes. Si tu única expectativa de futuro se limitara a regresar vivo a tu casa. Si la recepción de ayuda humanitaria en tu país fuera declarada inconstitucional.
#VenezuelaSinDatos Desde el año 2014, la ruta alimentaria de Venezuela se desdibujó por completo. Esa fue la última vez que el Instituto Nacional de Nutrición publicó cuántos alimentos hubo en existencia para la población https://t.co/lhC7PV3Gvo pic.twitter.com/VFocFmX9b0
— Efecto Cocuyo (@EfectoCocuyo) January 20, 2019
En fin, si llevaras años escuchando a una cuerda de sinvergüenzas o fanáticos defendiendo cómo un grupo de asesinos, narcotraficantes y corruptos destruye tu país y empeña todas sus riquezas, seguro que me entenderías. Pero no lo haces, y sabes por qué, porque estás muy cómodo en tu casita o en el bar bebiendo cañas y arreglando el mundo. Cuando tocas el interruptor se enciende la luz, cuando quieres saber qué pasa, puedes verlo en el medio de comunicación que te da la gana, cuando no te gusta el gobierno de turno, votas para cambiarlo. Cuando te enfermas, vas a un hospital donde tienen con qué atenderte. Y si lo que cuento te parece demasiado largo, imagínate lo que es padecer esto y mucho más durante cada día de los últimos veinte años. Sí, veinte años. Muchos más de los que te tomaría analizar cada pequeño detalle de tu tranquila vida de luchador con conciencia de clase.
Ya sé que te cuesta entenderlo porque NO ERES VENEZOLANO, no se trata de tu vida ni la de la gente que amas. Tú con tal de defender «tus ideales» vas por ahí grabando videos con tus fabulosas gafas de sol, vestido con una camiseta del Ché Guevara o tapando el logo de tu Apple con una calcomanía de Gramsci como si eso te hiciera menos capitalista que nosotros. A ti que eres de “izquierda” te da igual lo que le pase a millones de personas que claman por libertad, democracia y la oportunidad de vivir en paz. Porque total, qué derecho van a tener todos esos imperialistas que exigen comida, medicinas, agua corriente y que no los maten por opinar. Para qué necesitarán todo eso si tan sólo son exagerados de derechas, no como tú que, de sensibilidad, justicia, derechos humanos y democracia sabes mucho, pues siempre estás del lado de quienes hacen lo correcto, y quienes hacen lo correcto son siempre los que piensan como tú.
Fotos:
BBC
Gaínza