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Si fueras venezolano

BBC

 

Siempre he creído que utilizar ejemplos prácticos hace más sencilla la comprensión de aquello que nos es ajeno. Como cuando todavía no sabía contar y mi abuela me enseñaba cuántos días faltaban para ir a la playa: te duermes, te despiertas, desayunas, vas al colegio, te bañas, comes, juegas, te duermes, te despiertas… Repites todo de nuevo y ya será el día de ir a la playa. Parece una tontería, pero que me explicaran las cosas en base a mi vida diaria era la mejor manera de hacerme entenderlas.

Así que pensé en toda esa gente que desde hace días no hace más que hablar de «golpe de Estado» en Venezuela sin tener en cuenta nuestra Constitución ni lo que cada venezolano vive. De manera que aquí lo explico con ejemplos prácticos para que puedan comprender qué es lo que nos ha llevado a la calle una y otra vez:

Si en lugar de ir al supermercado que más te gusta a llenar tu carrito con por lo menos seis marcas  distintas de leche para escoger entre desnatada, semi, sin lactosa, de soja o ese cuento con sabor a almendras, tuvieras que cambiar un paquete de pañales por un pote de leche en polvo. Si la ausencia de esas estanterías de aceite de diferentes orígenes e intensidades que bien conoces te obligara a negociar con tu vecina para que por media botella tú le dieras medio kilo de pasta.  Si en lugar de relajarte en una bañera de agua caliente, exfoliar tu piel, ponerte mascarilla en el pelo o depilarte las piernas a toda prisa bajo la ducha, tuvieras que picar en trozos una pastilla de jabón, rendir el champú con agua y sacarle el mayor provecho posible a un cubo de agua fría porque no están las cosas como para desperdiciar el agua ni el gas. Si tu madre no fuera a la farmacia con la receta, pidiera sus medicinas y pagara,  sino que tuviera que esperar a que tú hicieras maromas para mandarle el tratamiento necesario durante los próximos seis meses o incluso un año. Si en lugar de subir al transporte público a la hora que te apetece, tuvieras que hacerlo a un camión de cochinos para ahorrarte los kilómetros que separan tu casa de tu lugar de trabajo. Si no usaras tus redes sociales para farandulear o criticar a «la derecha» y te vieras en la necesidad de pedirle a tus seguidores ayuda para conseguir un medicamento o dinero para cubrir la operación de algún familiar o amigo.

Si cada vez que salieras a la calle lo hicieras sin tu teléfono porque llevarlo contigo sería facilitarle el camino a la muerte. Si tu tiempo de encierro comenzara al ocultarse el sol. Si la totalidad de tu sueldo de novecientos euros te alcanzara solamente para comprar un cartón de huevos. Si al ver una carroza fúnebre recordaras que en una como esa alguien te hizo el favor de mandarte junto al cadáver la ampolla que resistió los baches de 400Km de carretera para ayudar a salvar la vida de una amiga en coma. Si en lugar de ver nacer a tus mellizos prematuramente en un hospital público con todas las condiciones hubieras tenido que hacerlo en uno sin oxígeno o donde el primer apagón mandara al demonio hasta los monitores.

Hospital

Si tuvieras que coordinar con tus hermanos según el terminal del documento de identidad para hacer la cola que permitiera comprar dos kilos de pasta por cabeza una vez al mes (si todavía quedara llegado el momento). Si en lugar de ir al parque tus hijos tuvieran que jugar en el patio de tu casa donde hasta el techo está enrejado. Si tus protestas rodeando el Congreso no se resolvieran con la «violencia policial» que denuncias, sino a punta de plomo directo a la cabeza. Si la inviolabilidad de tu domicilio durara hasta que unos uniformados te lanzaran lacrimógenas por la ventana o les diera por entrar y llevarse de tu casa incluso a tus sobrinos menores de edad. Si al ser detenido por manifestarte en la calle supieras que tendrás defensa de oficio y un juicio con todas las garantías, pero no desaparecerás, no te raparán la cabeza, te desnudarán, te llevarán a una celda cinco metros bajo tierra, tampoco te obligaran a comer excremento, te violaran con un fusil ni te arrancaran las uñas. Si tus largas tardes de zapping hubiesen desaparecido porque los medios de comunicación públicos estuvieran secuestrados, los privados amenazados o cerrados y para informarte dependieras de la conexión a internet más lenta de la región.

Si irte de vacaciones no fuera más que un lejano sueño porque llevas años con el pasaporte caducado y renovarlo para por fin emigrar o ir a ver a tu familia te costara como poco los 500€ que te pide el funcionario de turno para entregártelo en meses. Si tu versión del interrail fuera una caminata de miles de kilómetros atravesando los Andes hasta pedir refugio en algún país vecino. Si tus amigos en lugar de ser vegetarianos por decisión, comieran yuca, plátano o mango porque no consiguen otra cosa. Si al salir tu única opción fueran los zapatos rotos que te quedan porque los demás ya tienen el hueco muy grande. Si el registro electoral o la garantía de ser auxiliado por tu consulado en cualquier lugar del mundo desapareciera porque tu nombre está en una lista de disidentes. Si toda la gente que te rodea estuviera cada día más delgada porque come lo que puede cuando puede. Si tu carro llevara meses sostenido por cuatro bloques porque así se quedó cuando dejaste de conseguir neumáticos o repuestos. Si tus grupos de Whatsapp no se llamaran «amigas» «marcha» ni «running», sino «tanquetas», «medicinas», «comida» o «trueques varios», y tu galería de imágenes constara de fotos de medicamentos, personas heridas o  precios del kilo de queso en lugar de memes. Si tu única expectativa de futuro se limitara a regresar vivo a tu casa. Si la recepción de ayuda humanitaria en tu país fuera declarada inconstitucional.

En fin, si llevaras años escuchando a una cuerda de sinvergüenzas o fanáticos defendiendo cómo un grupo de asesinos, narcotraficantes y corruptos destruye tu país y empeña todas sus riquezas, seguro que me entenderías. Pero no lo haces, y sabes por qué, porque estás muy cómodo en tu casita o en el bar bebiendo cañas y arreglando el mundo. Cuando tocas el interruptor se enciende la luz, cuando quieres saber qué pasa, puedes verlo en el medio de comunicación que te da la gana, cuando no te gusta el gobierno de turno, votas para cambiarlo. Cuando te enfermas, vas a un hospital donde tienen con qué atenderte.  Y si lo que cuento te parece demasiado largo, imagínate lo que es padecer esto y mucho más durante cada día de los últimos veinte años. Sí, veinte años. Muchos más de los que te tomaría analizar cada pequeño detalle de tu tranquila vida de luchador con conciencia de clase.

Ya sé que te cuesta entenderlo porque NO ERES VENEZOLANO, no se trata de tu vida ni la de la gente que amas. Tú con tal de defender «tus ideales» vas por ahí grabando videos con tus fabulosas gafas de sol, vestido con una camiseta del Ché Guevara o tapando el logo de tu Apple con una calcomanía de Gramsci como si eso te hiciera menos capitalista que nosotros. A ti que eres de “izquierda” te da igual lo que le pase a millones de personas que claman por libertad, democracia y la oportunidad de vivir en paz. Porque total, qué derecho van a tener todos esos imperialistas que exigen comida, medicinas, agua corriente y que no los maten por opinar. Para qué necesitarán todo eso si  tan sólo son exagerados de derechas, no como tú que, de sensibilidad, justicia, derechos humanos y democracia sabes mucho, pues siempre estás del lado de quienes hacen lo correcto, y quienes hacen lo correcto son siempre los que piensan como tú.

 

Fotos:

BBC

Gaínza

 

 

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Venezuela no está sola

Este domingo en Madrid se llevó a cabo una vez más una manifestación de venezolanos que rechazamos la dictadura que azota nuestro país. Como en otros lugares del mundo, la diáspora se pone en acción para que nuestros vecinos escuchen y se unan a nosotros en un reclamo que debería ser común para todos: la defensa de la libertad, de los derechos humanos, el repudio a la tiranía, la corrupción, la violencia y el narcotráfico.

Llegué temprano y me senté en un banquito de la Plaza de España a observar a la gente que iba llegando, a estudiarme el texto que había redactado fundiendo las ideas de la organización, las mías y las de uno de tantos venezolanos que cada día se levanta con la firme convicción de no ponerle a la dictadura el país en bandeja.

La marcha  salió de la mencionada plaza subiendo por la emblemática Gran Vía. Luego giró en la calle Alcalá hasta llegar a la Puerta del Sol, el lugar donde millones de personas alguna vez han derramado lágrimas de alegría o tristeza bajo las agujas del reloj que cada primero de enero indica que un nuevo año ha comenzado. Una marcha pacífica como todas las que se hacen en Venezuela, pero con una abismal diferencia, aquí marchamos sabiendo que la policía está para protegernos, no para reprimirnos tirando a matar.

Lo que sigue son las palabras que leí minutos antes de comenzar a caminar.

Cuando me preguntaron si podía leer hoy un manifiesto, la organización me dio un texto con sus ideas y propuse las mías, pero sentí que hacía falta algo más, que debía hablar para los venezolanos que estamos hoy aquí, pero también para los que están llevando gas y plomo en nuestras calles, por eso me puse en contacto con uno de ellos. Muchos de ustedes lo conocen, se llama Luis Carlos Díaz , a él le pregunté qué es lo que necesitan de nosotros.

Para el mundo no es un secreto que la “revolución bolivariana” ha sido un fracaso absoluto, una de las mentiras más grandes que llevó a un país entero a un precipicio de miseria, violencia y corrupción que parece no tener fondo. Por ese barranco hemos rodado todos, por eso la lucha de los venezolanos no es de derecha ni de izquierda, tampoco de ricos contra pobres. Quienes están manifestándose en las calles de nuestro país no son golpistas. Esto no es un golpe de Estado, al contrario, es una lucha pacífica de ciudadanos contra una dictadura.

Los manifestantes que están en Venezuela necesitan que les demostremos que no están solos, que estamos con ellos, que somos ellos. Pero que seamos ellos de verdad, no un ratico ni nada más por Instagram. Necesitan que seamos ellos todo el tiempo.

Nuestra obligación como venezolanos es rescatar la democracia en nuestro país, luchar hasta conseguir que vuelva a ser un Estado de Derecho, es decir, un país donde se respeten las leyes, las instituciones, donde los funcionarios públicos estén al servicio de los ciudadanos, no de ningún partido político ni de quien ocupe Miraflores. Un país donde los medios de comunicación públicos sean eso, públicos, de todos, no de un grupito dominante, y donde los medios privados o públicos, al igual que todos los ciudadanos gocen de un elemento fundamental de la democracia: la “libertad de expresión”, un derecho tan pisoteado en los últimos tiempos que el periodismo se ha convertido en una profesión de alto riesgo. Bueno, vivir en Venezuela es ya correr un alto riesgo. Caminar por las calles de nuestro país, buscar comida, intentar hacer lo que cualquier persona alrededor del mundo considera una vida normal, para los venezolanos es retar a la muerte.

Tenemos que rescatar el país para todos, especialmente para los jóvenes que cada día se enfrentan a la tiranía de Nicolás Maduro y sus cómplices. Tenemos que rescatar el país porque se lo debemos a todos esos muchachos que buscando un futuro mejor, perdieron la vida a manos de asesinos con y sin uniforme. Por los presos políticos, por aquellos que han sido torturados y/o amenazados, por quienes están siendo juzgados en cortes marciales, por quienes están pasando hambre o se ven obligados a mendigar medicinas, por los millones de familias separadas en los diecinueve años que lleva esta pesadilla, y también por nosotros, por quienes tuvimos que hacer las maletas un día y cruzar la frontera con el alma dobladita entre ropa inadecuada para otros climas y cajitas de Toronto para aguantar la nostalgia.

Nosotros somos ellos en el mundo y ellos son nosotros en Venezuela. Esto significa que debemos hablar de nuestro país, ser pacientes cuando nos pregunten qué es lo que pasa y explicarlo aportando datos, ayudar a difundir la información sobre lo que está ocurriendo día tras día (ojo, INFORMACIÓN, no cadenitas con notas de voz del primo del tío de una ex compañera de clase que trabaja en X). Debemos desenmascarar al aparato de propaganda chavista, buscar ayuda, mantener el contacto con quienes están allá, no abandonar a nuestra familia y amigos. Llamarles aunque sea para que se desahoguen contándonos cómo se sienten. Dejar de buscar excusas para asistir a una concentración como ésta. No vale decir que está lejos, en Venezuela nuestra gente camina kilómetros porque le cierran el metro o le bloquean las autopistas. No vale excusarse en el calor ni en la lluvia, en Venezuela protestan incluso cuando llueven bombas y se hace cola en el supermercado aunque esté cayendo el diluvio universal.

Nosotros somos ellos aquí, ellos son nosotros allá. Tenemos que ser ciudadanos ejemplares, responsables, cumplir con nuestras obligaciones, ser los mejores en cualquier cosa que hagamos. Debemos tener claro que por donde caminamos somos un tricolor con siete estrellas y aunque no la llevemos puesta, todo lo que hagamos afectará esa bandera. Huir de la sombra de la viveza criolla que tanto daño le ha hecho a nuestra tierra. Debemos ser generosos en la medida de nuestras posibilidades y  también humildes para reconocer cuando necesitamos ayuda. Tenemos que echarle pichón y prepararnos para acompañar a nuestros compatriotas en los tiempos que vendrán, porque duele decirlo, pero vienen tiempos peores y necesitarán toda nuestra ayuda.

No están solos, no estamos solos. Los venezolanos estamos desparramados por el mundo, pero unidos luchando contra una dictadura. Nosotros somos ellos aquí, ellos son nosotros allá.

 

 

 

 

Gracias a Manuel Rodríguez por ofrecerme la oportunidad de hablarle a mis paisanos y a @LuisCarlos por sus palabras y paciencia.

 

Fotos:

TGM

Agencia EFE

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No habrá paz para los enchufados

NO HABRÁ CARTEL

Una de las grandes frustraciones de la diáspora venezolana es no poder estar en las calles de nuestro país protestando junto a todos los demás. Es inexplicable el dolor que se siente al ver cómo esta dictadura intenta diezmar a la población a través de formas tan perversas como: dispararle bombas a quemarropa, obligarle a tirarse a la cloaca más grande del país para no morir tiroteada, negarse a abrir un canal humanitario para mitigar la escasez de comida y medicinas, atacar hospitales y viviendas, juzgar civiles en tribunales militares, utilizar las tanquetas como aplanadoras… En fin, una sanguinaria pesadilla.

Es aterrador estar en medio de semejante situación. También es tremendo vivir en cualquier lugar del mundo con la angustia de perder a un ser querido a manos del hampa, o lo que es lo mismo, de la dictadura. Es una tortura no poder tomar el primer vuelo con destino a Caracas para enfrentar allí las feroces cargas de gas, balas y metras con las que violando el derecho internacional, uniformados y paramilitares atacan sin piedad a un pueblo hambriento de alimentos, justicia y democracia.

Aunque no éramos capaces de imaginar tanto sadismo, las acciones de Nicolás Maduro y demás represores han dejado de sorprendernos. Pero como no estamos en los años treinta, tampoco al otro lado del Muro de Berlín (por más que lo parezca), ni mucho menos en la época en la que los petrodólares compraban amigos alrededor del globo, ya no es tan fácil tapar el sol con un dedo. Una de las ventajas de vivir en el siglo XXI es el poder de Internet, la herramienta que rompió la barrera espacio temporal y nos permite saber en tiempo real lo que de verdad está pasando en Venezuela, convirtiendo en insuficiente todo el inútil sistema de medios de comunicación al servicio del tirano.

La propaganda que habla de un gobierno extraordinario, con un sistema de salud envidiable, tan preocupado por la alimentación de sus ciudadanos que les hace llegar cajas de comida a sus casas, un sistema educativo que como churros produce egresados en lo que sea, y que enarbola la bandera de un patriotismo exacerbado en pie de lucha contra un montón de guerras imaginarias declaradas por un imperio que casualmente no ataca a ningún otro país de la región, es la misma que con patriotismo y todo se va al carajo cuando los grandes defensores del chavismo son sorprendidos haciendo la compra en supermercados de Oranjestad o Miami, cuando pasean alegremente por las calles de Madrid, París, Ginebra o Nueva York. Porque las virtudes del chavismo deben vivirlas obligatoriamente millones de venezolanos, especialmente aquellos que hurgan en la basura para engañar al estómago, pero no los hijos de Hugo Chávez, Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello y un sinfín de sinvergüenzas que, salvo el desfalco hecho al tesoro nacional, jamás podrían mantener con guardaespaldas y todo a su prole en países capitalistas tan caros y distantes de la “revolución bonita”.

Demostrando su prepotencia (además de una gran falta de inteligencia) los voceros de la dictadura se permiten dar charlas sobre derechos humanos en lugares tan remotos como Aranjuez, mientras en diferentes regiones del país asesinan uno tras otro a jóvenes manifestantes.  Sabemos que las misiones diplomáticas de Venezuela no son más que sucursales del chavismo destinadas a la propaganda que con ayuda de muchos interesados pagados durante años con dinero público, intentan esconder lo que realmente ocurre en nuestro país. Son innumerables los pasaportes diplomáticos que con el sagrado nombre de nuestra Venezuela han sido utilizados para privilegiar a personas cuyo único “mérito” es ser familiar o amigo de algún miembro del régimen,  y hasta el peluquero de la hija de Hugo Chávez. Tan evidente ha sido la corrupción durante las dos últimas décadas, que los únicos que justificadamente se encuentran en el extranjero, son los dos sobrinos de Nicolás Maduro que están en una cárcel de Nueva York por planificar el traslado de 800Kg de cocaína (sí, ochocientos kilos) en un viaje que, por supuesto, no hicieron en burro.

Es cierto que los hijos no son responsables de los crímenes que cometen sus padres, pero si hacen la vista gorda sabiendo que con el salario de un funcionario público venezolano no se puede pagar una vida de opulencia y despilfarro, dejan de ser inocentes para convertirse en cómplices. Son tantos los “revolucionarios” que gozan de una vida maravillosa en el extranjero mientras los verdaderos dueños del dinero hacen largas colas para poder comer, que es imposible pasar desapercibidos, y más aún cuando no hacen otra cosa que vanagloriarse de los lujos que gozan gracias a los litros de sangre vertida a lo largo y ancho del país. Es por eso que cada día en diferentes puntos del mundo los enchufados son increpados por venezolanos que tuvieron que salir del país que destruyó esa mafia llamada chavismo. Es por eso que suizos, australianos, belgas, etc., se sorprenden al ver en sus tranquilas calles a personas gritando de dolor exigiendo explicaciones a una cuerda de parásitos que sin la menor vergüenza ríen mientras los hogares venezolanos están de luto.

De Venezuela hemos salido alrededor de dos millones de personas, muchos médicos están trabajando de repartidores, ingenieros de taxistas, contadoras como servicio doméstico. Muchos trabajan durante largas jornadas para poder sobrevivir y tener aunque sea 50 dólares con qué comprar comida a la familia que dejaron en Venezuela. Muchos otros tienen empleos mejores y se pueden permitir una vida menos dura, pero eso no calma el dolor de haberlo dejado todo en la tierra que nos vio nacer y donde a pesar de sus imperfecciones éramos felices hasta que un grupo de delincuentes la llevó a la ruina. Precisamente esa gran diáspora generada por el chavismo seguirá gritándole a todos los enchufados lo que son. Seguirá avergonzándolos en cualquier parte del planeta para que sus nuevos vecinos y amigos sepan cómo llegaron a vivir como viven, cuánta sangre se ha derramado para mantenerlos, de dónde sale el dinero para guardaespaldas, vacaciones y compras. Y lo haremos no solamente en perfecto castellano, sino en inglés, italiano, francés, alemán, árabe o cualquier otro idioma del país donde ustedes viven por capricho y los demás por necesidad. Los increparemos hasta que el aire que respiren les huela al gas con el que atacan las protestas, que lo que coman les sepa al agua del Guaire, la imagen de los cadáveres o el eco de las balas invadan sus sueños, hasta que bajen la cabeza por haber parrandeado a costa del sufrimiento de millones de personas y sientan náuseas por llevar en sus venas sangre de asesinos.

Asuman que este es el impuesto por disfrutar de dinero mal habido, que no encontrarán rincón del mundo donde esconderse de la justicia, que no habrá día en el que caminen sin temor a ser repentinamente perseguidos por un venezolano gritándoles lo que son. Sepan que no habrá paz para los enchufados.

Videos y fotos:

@RCTVenlinea

@ReporteYA

@CaterinaV

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