31 de diciembre, 2018
¿Por qué dejé de escribir?
Llevo meses haciéndome la misma pregunta todos los días, viendo de reojo la computadora, a veces con rabia, otras con miedo y muchas con vergüenza. La misma vergüenza que uno siente cuando sin excusas sabe que está aplazando algo. Y no, no se trataba de flojera, se trataba de un profundo rechazo a la realidad. No era la primera vez que me pasaba, desde que comencé a escribir este blog he tenido que enfrentarme a momentos duros para mí y para mi gente. Y debo decir que estos últimos son los más dolorosos, pues creo que tengo más fortaleza para reponerme de los golpes, pero me es insoportable ver sufrir a la gente que amo, ver a mi tierra destrozada, sentir la incertidumbre sobre lo que nos espera y, lo peor, no saber cómo evitarlo.
Mis días en Venezuela no fueron fáciles, pero decir eso me parece casi ofensivo para quienes están allí todos los días luchando por comer, no caer enfermos y escapar a las balas. Contar día tras día lo que estaba viviendo era una tortura, la forma más dolorosa de relatar lo que estaba viendo y a la vez quedarme corta porque hay escenas que no pueden describirse con palabras. Necesitaba respirar, coger impulso y seguir narrando lo que veían mis ojos y los de mis allegados, pero también necesitaba hablar de otra cosa, de algo que no hiciera sentir peor a quienes siguen allí. Algo que los hiciera olvidarse por un momento de la tragedia que tienen alrededor. Me odié mucho por no ser capaz de escribir algo más amable, ligero, alguna tontería. Me habría gustado hablar de besos robados, de cómo muchas mujeres tenemos clasificados nuestros zapatos de tacón, de la odisea de recordar después de un rato conduciendo que dejé junto a la puerta de casa lo único que tenía que llevar a mi destino y, por supuesto, no debería haber olvidado. Necesitaba un poquito de banalidad, no para mí, o bueno, para mí también, pero sobre todo, para ellos. Y como no era capaz de hablar de otra cosa, preferí callar.
Este año vi mi ciudad triste, mi barrio vacío, solo, cada vez con menos gente. Vi aumentar las sillas vacías en mi casa y una habitación más que espera el regreso de su propietario aunque sea para juntarse con sus hermanos el día de Navidad y ver durante horas el Chavo del 8 como si todavía fuéramos niños. Volví a sentir la desolación que dejan las despedidas y volví a disimular frunciendo el ceño para hacer creer que estaba brava. El ceño fruncido siempre es un buen muro de contención para las lágrimas.
Cuando alguien me preguntaba “¿por qué dejaste de escribir?” en la mayoría de los casos no sabía muy bien qué responder. De manera que lo arreglaba diciendo: “pronto volveré”, aunque no supiera muy bien cómo ni cuándo. A lo mejor no soy lo suficientemente fuerte para afrontar este tipo de experiencias, a lo mejor es la edad o simplemente no estaba preparada para tanto palo, pero, ¿acaso había solo venezolano preparado para esto? Definitivamente no. Sin embargo, eso no nos ha evitado presenciar el desmoronamiento de nuestra tierra.
A veces siento que Venezuela ha muerto y mis amigos y yo estamos cargando su ataúd mientras el barro del cementerio nos hunde los pies como entorpeciendo nuestra llegada a su sepulcro. Otras siento que está en parada cardiorrespiratoria y estamos todos echándole pichón para reanimarla, un rato cada uno mientras los que están inactivos se desesperan porque la cosa está realmente fea. Otras me siento tan poderosa como la gran montaña que con su inigualable verde enmarca la ciudad que me vio nacer y creo firmemente que esto también pasará, que regresaremos a nuestras casas, que nuestros viejos no tendrán que angustiarse por comida o medicinas, que nuestros niños sabrán lo que es jugar chapitas en una calle cerrada y que jamás se volverá a repetir esta historia terrible que tuvo inicio hace veinte años cuando éramos un país joven y lleno de ilusiones.
Venezuela ha sufrido el desengaño de un hombre que la engatusó para robarle todo el dinero que tenía, destrozarle la casa, matar a sus hijos y dejarla en la calle hambrienta y en harapos. Pero ella no se ha rendido, sigue siendo fuerte, joven, bella. Ha adquirido mucha experiencia en sucesos que le eran lejanos en tiempo y espacio. Ha aprendido con sangre que los príncipes azules no existen y los de boina roja mucho menos. No sabe cuánto durará la agonía, pero sabe que acabará y ella sobrevivirá para que muchos sigan su ejemplo y no caigan en la misma trampa.
Mientras ese momento llega, toca hacer de tripas corazón, dejar la lloradera para después, tal vez para el día en el que celebremos que esta pesadilla terminó. Este es el motivo por el que estoy aquí de nuevo, para transmitir cómo la vida se abre paso en medio de la miseria, igual que cuando un niño nace y llena de esperanza todo lo que le rodea. Tengo que seguir aquí para contarlo… Ojalá y ustedes sigan allí leyendo hasta que lo bonito llegue.
Hola mi querida amiga, no es posible describir mejor lo que pasa en tu amado país y ojalá podamos en un tiempo no tan lejano puedas escribir buenas noticias, de sonrisas, de gente disfrutando de la vida que de momento ha sido arrebatada. En este país se ha utilizado el nombre de tu patria como una amenaza, pero los tiempos que vienen no son nada halagüeños y la extrema derecha hara recordar lo peor del socialismo y puede ser que escribas cosas de allá y también de acá. Un abrazo y un placer volver a leerte.