23 de mayo, 2019
No estás sola
De repente las cosas cambian. Un día notas algo extraño y piensas que probablemente te estás poniendo paranoica, que seguro no es nada, pero por si acaso pides cita a tu ginecóloga.
No quieres darle importancia al asunto, pero sabes que está allí en tu cabeza. Intentas entretenerte con banalidades: enciendes la tele, ves zapatos, te haces la manicura, abres una botella de vino… Sigues con tu rutina, pero sintiendo una especie de sombra a la que de vez en cuando miras de reojo.
Parece inevitable que sin ser pesimista te vengan a la cabeza nombres de personas cercanas o no que han vivido lo mismo. Pasan los días y casi sin darte cuenta de pronto te ves en una sala sola (aunque nada cambiaría si estuviera llena de gente) para hacerte una prueba a la que intentas no dar mayor importancia. Reina el silencio entre ese grupo de sillas alrededor que, por suerte, nadie ocupa. El cansancio se nota, no es agradable dar vueltas en la cama y pasar la noche en vela. Bueno sí, pero no por angustias.
Durante la espera piensas en todas esas veces que al salir de la ducha te miras en el espejo, confirmas la firmeza del pecho, que los pezones apunten hacia donde quieres (o no), con discreción, sin vulgaridad. Recuerdas cuando con más o menos prisa les has puesto aceite, crema, el perfume de toda la vida. Cada vez que con severa vanidad criticaste lo mal que te sentaba algún sujetador que ni loca debías comprar o lo guapa que te sentías con algún otro que desde ese momento se convertía en elemento indispensable. Tanto, que te llevabas uno de cada color.
Piensas en todos los años que «ellas» llevan haciéndote compañía, en el perro que con una mordida a los siete años sembró la ingenua duda sobre si sus colmillos se habían llevado toda posibilidad de crecimiento. Evocas la primera camiseta que utilizaste, el top al que más rosca le diste durante la adolescencia, en todos los cambios que ha sufrido tu cuerpo a lo largo de estos años a los que nada puede quitarle lo bailado. Revives la primera vez que te desnudaste ante sus ojos perdidamente enamorados.
Los pensamientos se ven interrumpidos por la llamada para pasar de nuevo por lo mismo y, mientras oyes atentamente lo que dicen, actúas como si nada y sintiéndote novata, como si jamás hubieras sentido cómo te miran literalmente por dentro o cómo una máquina aplasta hasta las inquietudes más lejanas y el dolor se apodera de todo durante la eternidad que parece durar la prueba.
La incertidumbre se convierte en tu peor enemiga y el cansancio no te ayuda a combatirla, pues sabes que sólo se acaba cuando llegan las certezas (buenas o malas, pero certezas). Todas las mujeres estamos obligadas a jugar una ruleta en la que nunca queremos tener el «número premiado». El bicho está ahí. Su nombre: Cáncer. El apellido se resume a códigos que no se entienden sin que alguien con bata blanca te los traduzca. El médico suelta el pronóstico, uno mejor sería no tenerlo, pero ni modo, ahí está y hay que atacar. Lo mejor es la sentencia con imponente seguridad: “de esto se sale”.
Ya está todo listo y todos los que deben estar están: el amor necesario, los amigos, la confianza, el profesional que sabe lo que hace y sigue los protocolos sin improvisar inventos raros. Esta es la última noche con ansiedad, pues al monstruo se le acabó la guachafita, mañana tempranito lo sacarán y luego harán todo lo necesario para que no vuelva a aparecer.
Llegar hasta aquí no ha sido sencillo, pero ya falta muy poco. Todo va a salir bien, te lo aseguro. Aquí estoy, aquí estamos. Amiga, no estás sola. Esto para ti es pan comido y muy pronto vamos a celebrar que de estos meses no queda más que el informe médico.
Para MJ.
Excelente como siempre, te pones en los zapatos de cada una, eres única