13 de febrero, 2018
Día 29: Pedaleada
Moverse por las calles de este país es, como todo lo demás, una odisea. Podría estar repitiéndome con esta frase, pero es inevitable, ya me gustaría que fuera diferente la situación. Como no se consiguen repuestos para vehículos, quien tiene un carro inoperativo pasa inmediatamente a andar «pedaleado», es decir, a depender de las colas que puedan darle los amigos, del riesgo multiplicado que significa moverse en trasporte público o, si se lo puede permitir, de un taxi de línea.
Andar en taxi no es nada sencillo. Primero hay que llamar a una línea de confianza y que haya un carro disponible. Como en la mayoría de los casos no responden al teléfono, hay que ir a pie hasta la parada de la línea y ver si además de encontrar un taxista, éste tenga ganas de hacer la carrera, pues a veces la rechazan porque no les gusta el destino, tienen que ir a otro sitio, se están comiendo una empanada, etc. Si se consigue, hay que acordar el precio y asegurarse de si el taxista recibe transferencias. También hay que considerar que la tarifa está directamente relacionada con el destino del cliente, pero no como podría pensarse: si vas a una zona cara de la ciudad, la carrera cuesta casi el doble que hacia una zona que no lo es. Además, aquí no estamos hablando de vehículos nuevos con aire acondicionado, punto de pago electrónico, radio u otras comodidades comunes en taxis de otros lugares del mundo, sino de carros en su mayoría destartalados en los que no son pocas las probabilidades de quedarse tirado en medio de la autopista. Pero como en tiempo de guerra cualquier hueco es trinchera, hay que adaptarse. Si algo no cuadra, toca seguir caminando hasta otra parada a ver si hay suerte. A veces toca identificarse y dar la referencia de un familiar o amigo que utiliza el servicio con frecuencia para que no se afinquen con el precio, acepten hacer la carrera y cumplan su palabra cuando reservas una hora determinada.
Cuando el taxista te ha hecho varias carreras y te parece que no es un delincuente, fichas su número de móvil, así puedes llamarle directamente y evitar la travesía por las paradas de taxi casi rogando para que te hagan un servicio. El taxista acepta darte el número cuando ve que tú tampoco eres delincuente y le llegan a su cuenta bancaria las transferencias por cada servicio realizado.
Ya me ha tocado alguna vez recorrer sin éxito varias paradas de taxi y terminar en la de autobús debatiéndome entre subir al primero que pase o quedarme allí donde hay dos o tres tipos rondando decepcionados porque lo que tengo en mano es un teléfono de principios de siglo. Después de ver que cualquiera de las dos opciones era una oda a la muerte, me he vuelto a casa dando el giro más rápido posible mientras llegaba una amiga fiel a sacarme la pata del barro.
Hoy estuve desde temprano buscando taxi para volver a casa, a medida que pasaba el tiempo se complicaba más la situación. Tiré de agenda propia y ajena, pero nada, ninguno estaba disponible. Lo peor era la ausencia de luz, cuando se oculta el sol todo el mundo se recoge y lo mejor es reducir al mínimo las probabilidades de ser víctima del hampa. Afortunadamente no estaba en la calle, sino en la casa de una amiga con un cómodo sofá que preferí en lugar de la acogedora habitación donde dormí tantas siestas en mi adolescencia.
Ya conté por aquí que un taxista gana en veinte minutos lo que un médico en una hora, por eso no es raro que ese señor que se mueve en un carro haciendo kilómetros sin parar, prefiera estar al volante que haciendo proyectos en una constructora, pues como conductor gana más en un día haciendo una carrera al aeropuerto que en un mes como ingeniero al frente de una obra.
En este país donde un tanque de gasolina cuesta menos que una botella de agua el despropósito no conoce límites. Este es el mismo país donde quien tenía un amigo con carro, también tenía carro, pues sabía que no le faltaría una cola cuando fuera necesario. Incluso contabas con el carro de tus amigos cuando el aburrimiento en casa era roto por un golpe de corneta que te hacía poner los zapatos de prisa para irte a ver series a su casa en un sofá fiel que si hablara podría hacerse millonario con sus memorias. En Venezuela quedan pocos amigos, casi todos se han ido y quienes siguen aquí tienen el carro averiado o a punto de. Da pena pedir la cola a cualquiera que tenga carro. Sabes que al hacerlo podrías estar poniendo en un compromiso a quien quizás se verá obligado a negarse debido a las circunstancias, no a un egoísmo que jamás tuvo.
Aquí hay que calcular todo, hasta el lugar apropiado para quedarse varado cuando no hay taxis y lo más inteligente es tirar la toalla. Mañana será otro día y toca volver a empezar.
Foto:
El Universal